El instante impide ver lo importante. El tema NO es que los Yunes se doblaron, tampoco lo mal que ha jugado –antes, durante y después del 11-S legislativo– la oposición. No.
Resulta crucial poner toda la atención en la causa, en el origen por más vulgares y morbosas que resultaran las formas de la aprobación de la reforma judicial. Sería imperdonable quitar del centro a Andrés Manuel López Obrador, último responsable de lo que viene.
Estamos en el ojo del huracán. Esa calma chicha permite ver algunos destrozos. En el tiradero destacan, en efecto, la grotesca rendición de un clan político que, hasta con tono majadero hacia el tabasqueño, presumía supuesto talante indómito.
Que ese clan hoy sea mascota del oficialismo suscita interés, y hasta rating. Horas y horas entrevistando a los Yunes, o hablando del intento, de pena ajena, por justificarse del senador naranja por su inasistencia el martes. Pero no es por ahí. Urge cambiar el canal.
No hagamos de manera colectiva un Marko Cortés. Él es el mejor ejemplo de cómo no proceder. El martes en el debate en el Senado puso a su partido en la picota –otra vez, ¿pues cuánto desfiguro de su líder serán capaces de aguantar los panistas?
En vez de dejar a Yunes hundirse solito en lo inexplicable, desde la razón o la congruencia, de su cambio de proceder con respecto al movimiento de López Obrador, en lugar de hacerle el vacío al que traicionó al electorado de oposición, le rogaba, le llamaba amigo.
Desde ese momento, el PAN y Marko fueron tema. Y, desde luego, los Yunes fueron tema. Llevamos días en eso. Nada menos estratégico para un momento tan crítico. La atención debe mudar: el tema es la reforma-huracán, con alto potencial destructor, que nos impactará.
Claro que el show del Senado da para la chacota, para el azote. Se entiende también que, en efecto, es más difícil explicar la erosión que ha iniciado en el Poder Judicial, las eventuales jubilaciones anticipadas, el pasmo que afectará a la impartición de justicia.
Por difícil, árido o anticlimático que parezca a la prensa, la obligación es registrar que al iniciar el desmonte del Poder Judicial habrá juicios que se paralicen, casos que se perderán en la zozobra de impartidores que ya no saben a qué atenerse: la justicia aún más lenta.
En pocos días, quienes toman las máximas decisiones en los tribunales cambiarán de prioridad, pues han de prepararse por si les toca jugarse el puesto en ocho meses: cientos de, digamos, corcholatas a la espera de si la tómbola los manda a las urnas en junio.
Luego, quienes en 2025 se conviertan en juezas, magistradas y ministras(os) tendrán, en el mejor de los casos, un obligado periodo de aprendizaje. Sin contar aquellos que sean embozados agentes de poderes fácticos. La justicia aún más lenta… y hasta errática.
El previsible desastre no será culpa de Yunes. O no fundamentalmente. Las consecuencias negativas –sin mencionar el eventual descenso de inversión, nacional y extranjera por cambio de reglas– serán responsabilidad de AMLO y los suyos.
Desde Claudia Sheinbaum hasta el más nuevo de los legisladores locales del obradorismo, pasando por las y los senadores y los oficialistas de San Lázaro, han de ser culpados de la criatura y sus desastrosas consecuencias.
Y eso sin contar que es apenas una de las dañinas reformas que pretenden. Hay que poner la atención en el lugar correcto. El error de septiembre –con todo lo que venga por años– es del que se va, y de los que lo apoyaron ciegamente.