En algo digno de un filme tipo Volver al futuro la transición revivió el 2019. Es decir, el proceso diseñado para fijar el inicio de un nuevo estilo de presidir terminó regresándonos al pasado, y eso no es lo peor. Otras decisiones de AMLO complicarán más aún el mañana.
Los festejos por la toma de protesta de Claudia Sheinbaum como presidenta quedaron atrapados en una crisis con España surgida en 2019, cuando Andrés Manuel López Obrador demandó una disculpa de la corona española a los pueblos originarios por la brutal Colonia.
La no invitación a Felipe VI a la toma de protesta de Claudia refleja, con toda crudeza, la mezquindad del tabasqueño, que impide a su sucesora arrancar en sus términos su presidencia. Y demuestra el nulo margen político de Sheinbaum a horas de iniciar el nuevo sexenio.
Y es también el colofón de un proceso anómalo; o más bien otro de los casos que hace imposible llamar transición a lo vivido desde el 2 de junio. Y no el más importante. Porque lo ocurrido estos días con el affaire España no es lo más delicado: hay otra crisis en el horizonte.
En sus últimos días en Palacio AMLO expropió bienes a la empresa Vulcan. Como es sabido, López Obrador quiso forzar a esa compañía estadounidense a vender su propiedad en la península maya. Sin arreglo, decretó área natural protegida el predio donde está.
No se trata de tomar partido por la compañía estadounidense, que explotaba recursos ahí desde hace tres décadas. Incluso si se cree que el Presidente tiene la razón, que lo debido es recurrir a medidas extremas contra una empresa abusiva, el timing importa. Y mucho.
Está por verse si el diferendo con España pasa a algo más que una nueva fase de la pausa que el propio López Obrador ya había decretado en las relaciones con ese país. Por más ruidoso que sea estos días el enfrentamiento diplomático, puede que no cambie nada.
Las empresas españolas asentadas en México seguirán aquí, y si bien otros inversionistas hispanos quizá se la piensen antes de traer dinero, sus dudas podrían tener más que ver con la reforma judicial que con el desaire al rey (que no ayuda, claro). El caso de Vulcan es peor.
Claudia Sheinbaum tendrá la enorme tarea de convencer a la iniciativa privada para que inviertan mucho y, sobre todo, pronto. Se habla de que se les dará facilidades, de que incluso habrá nuevo margen de ir juntos, privados y públicos, en inversiones, incluidas en energía.
Para tener éxito en esa misión, la presidenta tiene que ser creíble. Esa credibilidad ya estaba en duda porque su gobierno es parte del arrebato de suprimir al Poder Judicial. Y en medio de la turbulencia por ese avasallamiento, AMLO quita a Vulcan concesión y terrenos.
Machucar a una empresa bien conectada en Washington acarreará a México mucho más que los sombrerazos españoles. Y Claudia tendrá que lidiar con esos reclamos mientras les pide invertir y pocos meses antes de la revisión del T-MEC.
No podemos llamar transición a lo que ocurrió. Hacerlo sería normalizar las imposiciones de Andrés Manuel y, sobre todo, el intento de éste de fijarle a su sucesora acotamientos, impedirle el renovar interlocución con actores clave para México.
A partir del martes veremos si la presidenta inicia, ya desde Palacio Nacional, la transición, si puede inaugurar su propia forma de hacer las cosas, una que sin abandonar los principios obradoristas busque, paradójicamente, resolver las broncas que le heredarán. Como la de Vulcan.