La Feria

Sheinbaum vs. Sheinbaum

Hoy comienza una nueva presidencia de México. No se trata de la extensión de otro gobierno, ni de una segunda parte.

La presidenta Claudia Sheinbaum Pardo tiene el reto de fijar a la brevedad un modo de operar que haga que el obligado balance que la sociedad irá haciendo –al mes, a los cien días, al semestre, al año…– sea sobre ella contra lo prometido por ella, y nada más.

Hoy comienza una nueva presidencia de México. No se trata de la extensión de otro gobierno, ni de una segunda parte. La presidenta Sheinbaum quiere consolidar un ideario asumido en 2018, es cierto, pero la cosa pública es enteramente de su responsabilidad.

Existen elementos que complicarán cualquier estrategia de Sheinbaum para activar la noción de que un tiempo nuevo ha iniciado. Por ejemplo, enfrentará los costos del enorme culto a la personalidad del presidente que ayer terminó su periodo.

La Presidenta no fue ajena a la construcción del mito del gobernante más esto y más lo otro. Ahora tendrá que soportar a los mareados por tanto incienso. Y cuando mañana se disipen las volutas, quedará la dura realidad, las facturas del que se fue y el peso de gobernar.

Claudia Sheinbaum tiene a su favor que de alguna forma es una desconocida, o una incógnita, si lo prefieren. Dueña de una biografía previa al año 2000, cuando se adhiere al proyecto político de quien hasta ayer gobernó, nadie sabe bien a bien cómo actuará en solitario.

En otra circunstancia, quien gana la elección presidencial va descubriéndose mes con mes, poco a poco, en público. Pero la inédita no-transición que concluyó ayer impidió esa gradualidad. Este martes estrenamos Presidenta y de lleno tiene que saturar todo el escenario.

El riesgo es que como su antecesor no fue retirándose paulatinamente, la Presidenta se verá forzada a de golpe captar toda la atención sobre sí misma y su proyecto. Copar el momento de tal forma que no haya lugar para nostalgias o nostálgicos.

Para más inri, su plan de lanzamiento de nueva administración debe incluir elementos comunicativos que sacien a una clase política –que incluye a un buen segmento de la población obradorista– que, en efecto, se hizo adicta a la comunicación gubernamental de Palacio.

De pilón, habrá de dotar de atractivo, ya lejos de la campaña electoral que todo lo simplifica o relativiza, eso que llama ‘continuidad’: nada más anticlimático al arrancar un sexenio que la idea de que todo seguirá igual, de que no hay cambio, de que no hay refresco.

Claudia Sheinbaum tiene que asentar los términos propagandísticos de su tiempo para que nadie albergue la más mínima añoranza. Poner las metas e iniciar una conversación que gane tracción al buscar esos resultados. Acostumbrar al respetable al nuevo estilo de mandar.

La Presidenta es consciente de que no hay margen para algo distinto. Los apremios de una economía renqueante, agravados por la reforma judicial, y la disfuncionalidad que por doquier heredará, la obliga a generar una conversación que despierte expectativas y apoyos.

Igualmente, quizá no se note a plenitud, pero el gobierno acusa el enorme desgaste de un fin de ciclo donde nada importó sino el cierre, que se pretendió apoteósico, de un sexenio de polémicas, si bien vistosas, obras de infraestructura.

Tras años de sonsonete, esa agenda de ‘prioridades’ terminó ayer. La nueva Presidenta tiene que fraguar las nuevas iniciativas que han de sustituir en el imaginario a lo que se dio (así fuera mentira) por concluido.

La tarea de Claudia Sheinbaum presidenta al arranque de su mandato es volverse rápidamente la referencia única de todo lo que ha de suceder en seis años. Ser ella en contraste con ella, y con nadie más.

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