Si andas en Polanco cuando van a dar las cinco de la tarde y no eres automovilista tienes clara una cosa: estás a punto de padecer una de las peores experiencias en el Metrobús de Paseo de la Reforma rumbo al oriente, o de perder tu chance de encontrar una Ecobici.
Hace tres semanas, por ejemplo, en la estación de bicis de alquiler que está en un recodo del bosque de Chapultepec, casi esquina con avenida Arquímedes, la fila para esperar el milagro de que alguien llegara a dejar una bicicleta era de siete personas.
Y, desde luego, a los que intentan abordar ahí un camión les va peor. En la mañana y en la tarde las unidades de transporte (Metro incluido) son un empaquetado de sardinas humanas.
En ese microcosmos de una de las zonas de servicios más concurridas de la ciudad, las alternativas (es un decir) de transporte público son lamentables. O inhumanas, para decirlo con un término más exacto. ¿Primero los pobres?, ¿o cómo era el lema?
Las y los gobernantes de la ciudad, y de las alcaldías, harían bien en bajarse del auto (la camioneta, más bien). Volverse mortales. Subirse al Metro, pero sin fotógrafos. Tratar de tomar el Metrobús en Insurgentes para ir a trabajar. O pelear a codazos en cualquier Metro.
Si lo hicieran, así fuera por un día, sabrían que es casi una grosería lo que acaba de proponer el gobierno de la ciudad. La jefa de Gobierno Clara Brugada abrió la temporada de sacar “licencia permanente” de conducir. No pues qué gran idea del gobierno popular y de izquierda.
Lo de la licencia es desternillante. Claro, es un mecanismo recaudatorio, pero también es una confesión de indolencia frente a lo que padecen millones de capitalinos al día en el transporte público y una renuncia demasiado prematura a pensar una movilidad eficiente.
Vengan saquen su licencia y luego se las apañan como puedan en avenidas atestadas, calles que son suelo lunar de tanto bache y, por supuesto, sorteando el caos que si antes era desquiciante ahora tiene el agregado de que las motos lo volvieron más riesgoso y complicado.
Al cumplir un mes en el gobierno Brugada lanza este programa con promesas de que parte del dinero que se recaude de expedir licencias permanentes como si fueran reformas constitucionales o enchiladas se utilizará para la mejora del transporte público. Una falacia.
El mensaje es claro y todo mundo lo entiende: la nueva jefa de Gobierno dice, saben qué, sálvense quien pueda, y rásquense con sus uñas para ir a trabajar o a casa después del trabajo, si quieren vengan por una licencia y luego háganse de un auto porque de mejora del transporte público ni hablar.
Hay prioridades. Y la de la jefa de Gobierno es que todos tengamos una licencia que diga que para siempre podremos conducir; que, si no la extraviamos, nunca más hemos de demostrar que somos aptos tras el volante, que viva el auto como el rey de la movilidad.
Si van a dar las cinco de la tarde, como justo ahora que estoy por mandar la columna, y estás en Polanco, sin importar si eres peatón o automovilista vas a padecer el caos vial provocado por el pésimo servicio de transporte público y por privilegiar los autos.
Pero anímate: a pie, en bicicleta, en Metro, en camión o Metrobús, disfrutarás el poseer una licencia permanente, así la vialidad sea un infierno. Licencias del bienestar (es un decir) para la banda. No pues qué buena idea de izquierda.