En la tribuna parlamentaria, en campañas políticas y en medios de comunicación, Gabriel Quadri ha dicho lo que piensa; que es, básicamente, lo contrario al credo que promueve Morena.
Dado que perdió en las elecciones pasadas, salvo la militancia en algún partido –cosa que no quita derechos–, hoy no ostenta cargo alguno.
La semana pasada se difundió que Quadri tramitó su pensión de adulto mayor. Fue por lo mismo sujeto de escarnio. ¿Quién critica una política, al grado de decir que puede llevarnos a la quiebra como país, no debe aceptar la misma?
Es un caso, sin duda, opinable. Qué pasa cuando en ese debate entra la jefa del Estado, y no precisamente para celebrar, en buena lid, que hasta detractores de programas sociales se terminan por acoger a los mismos.
La presidenta Claudia Sheinbaum abordó el tema el viernes en su conferencia. Proyectó en la mañanera dos mensajes de Quadri en redes. Por ejemplo este del mes pasado: “En México, las pensiones a adultos mayores son insostenibles (especialmente las pensiones no contributivas) por el envejecimiento de la población, una proporción menor entre trabajadores formales y adultos mayores, informalidad, baja recaudación fiscal y una mayor esperanza de vida. En los próximos años reventará fiscalmente…”.
Tras leerlos, Sheinbaum sentenció: “Si fuera consecuente, pues no iría por su pensión, ¿verdad? Pero en las redes ayer salió. Ahí está, inscribiéndose a la Pensión de Adulto Mayor. Pues ¿cómo? Lo primero es la consecuencia, ¿no?”.
Reitero. Lo de Quadri es digno de una polémica. Hasta entretenida puede resultar la controversia. En cambio, lo de la Presidenta es tan alarmante como revelador.
Claudia Sheinbaum llegó a la Presidencia con casi 36 millones de votos. Disfruta de su segundo mes presidencial, y a pesar de nubarrones económicos y de violencia, sin desdeñar la incertidumbre por el regreso Trump a la Casa Blanca, goza de eso que algunos llaman luna de miel.
No digo que se justifique, pero si el gobierno enfrentara su primera gran crisis, en una de esas se entendería que la Presidenta de la República de repente decidiera hacer parte de su agenda pública el alegar falta de consecuencia de alguien que está muy lejos de ser un opositor de peso.
Parecerá naïve repetir una obviedad: Sheinbaum ya no es candidata a nada, ni –en estricto sentido, pues hasta en público anunció su separación de Morena– milita activamente en el partido oficial. Su labor debiera enfocarse a gobernar para todos.
Se habla mucho de la herencia que se le impuso a la Presidenta. De la agenda llamada plan C que le fue encorsetada antes incluso de que formalmente iniciaran las campañas, y de los funcionarios del sexenio anterior que no pudo remover o desplazar fuera de su gabinete.
No se puede decir, en cambio, que le impusieron las andanadas matutinas en contra de ciudadanos. En la plenitud del arranque de su mandato, y por un asunto tan menor, la Presidenta tira a la basura su promesa incluyente al embatir a un político sin cargo.
La Presidenta creyó obligado usar medios estatales para denostar la incongruencia de un personaje que no la reta en forma alguna. Que aplique tantos recursos, y tanta legitimidad en ello, es harto intrigante: ¿de verdad cree que vale la pena devaluar su investidura así?
Además, hablando de ser consecuentes, no ha mostrado similar proclividad para aplicar igual rasero y balconear las contradicciones de los de Morena, del PT y, no se rían, de los del Verde.
Lo de Quadri da para una tertulia de eticistas; lo de la Presidenta da preocupación.