Todo mundo sabe quién es Ricardo Monreal Ávila. El movimiento que hoy lo acoge lleva, meses más meses menos, conviviendo con el zacatecano casi tres décadas, desde que renunció al PRI para hacerse candidato perredista a la gubernatura de su estado, que ganó.
El artífice de aquel fichaje ya sabemos quién fue. Y juntos, YSQ y el hoy coordinador de la Cámara de Diputados, hicieron campañas presidenciales y otro tipo de jugadas políticas. Monreal fue obradorista, pero siempre ha sido él. Guste o no, disguste o no.
De 2018 a 2023 sufrió desgaste dentro de Morena. Corrijo. Esa erosión tiene que datarse incluso antes: desde 2017 Monreal comenzó a despertar profundas suspicacias pues se resistió al dedazo disfrazado de encuesta que le marginó del gobierno de la CDMX.
Y, sólo si hace falta decirlo, en el sexenio pasado tuvo un momento donde quiso, como personaje bíblico, revelarse a la caprichosa varita que en las alturas todo lo decidía, desde leyes hasta perdones, pasando desde luego por candidaturas.
Su intento de independencia le dejó maltrecho, pero su sometimiento le alcanzó para entrar a la pasarela de las corcholatas y, quién lo hubiera dicho hace dos años, alcanzar tras las elecciones la jefatura de San Lázaro. Nada mal para ser el colero en la elección primaria.
Con tal investidura, la semana pasada Monreal frustró el fast track a la ley general del Infonavit: ¿lo hizo porque se fue por la libre?, ¿porque quiere favorecer a Pedro Haces?, o es que, una vez más, ¿intenta una fachada de autonomía? Ésta para sus personales motivos, claro.
En pocas palabras, se aventó la jugada que le produjo el duro revire de Adán Augusto López Hernández, que desde el Senado le acusó de “negocitos”. Sobra decir que las cuentas de su denuncia no le salen a este tabasqueño, sus otros datos no vuelan, pero el rayón está dado.
Con todo, Monreal está en su esquina, y quien quiera que lo vea ahí, tras el choque, ha de preguntarse –insisto– en qué nueva marrullería andará, pero al menos sabes que es Ricardo siendo Ricardo, cosa que no se puede decir de Adán Augusto.
López Hernández también hizo pésimo papel en la interna morenista. A juzgar por los recursos invertidos, su desempeño fue peor aún que el del zacatecano. Éste denunció despilfarro, aquél era uno de los que parecía gastar como si de verdad fuera a competir.
En 2018 Adán Augusto fue beneficiario directo de ése a quien llama hermano. Su triunfo en Tabasco fue en hombros de la candidatura presidencial de su paisano. Y cuando fue llamado al gabinete federal, confirmó que era bueno para gestionar lo que Palacio le pedía.
Esa calidad de buen operador destacó todavía más porque al arranque del sexenio en el Palacio de Cobián realmente no hubo titular. De forma que, con autoridad prestada, supo cumplir su labor, pero tampoco fue un nuevo Reyes Heroles ni nada por el estilo.
Como se creyó el canto de las sirenas, naufragó su precampaña, tras la cual recibió un premio mucho mayor a su desempeño. Todo porque así lo decidió quien mandaba y manda en Morena.
En esa charlotada que fue la designación en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, nunca se supo si Adán Augusto se empecinó porque le hablaron de Palenque, o porque cree que eso quiere Palenque, o porque se siente él mismo parte de Palenque.
Y ese tema es relevante hoy, momento del primer gran choque dentro de Morena en el nuevo sexenio. Ricardo es Ricardo, sí, pero quién es Adán.