Permítanme manosear la frase de Ibargüengoitia para destacar que salvo un milagro, en lo fundamental –es decir, en tanto espacio para dirimir quién ha de ganar la presidencia de la República– la campaña ha terminado y el arroz corre el riesgo de pegarse en la sartén de tan cocido que está.
No es sólo la emoción de la incertidumbre lo que echaremos de menos en las semanas por venir. La nostalgia tendrá que ver también con la oportunidad perdida, con la conclusión de que tuvimos que atestiguar una campaña donde nadie pudo ir más allá de la diatriba y los lugares comunes.
Por ejemplo, ayer en la mesa radiofónica de Denise Maerker representantes de las tres campañas (Aurelio Nuño, Tatiana Clouthier y Mariana Gómez del Campo) intercambiaron linduras como acusarse de grosera, de ignorancia y de ponerse como "un dragón". Aunque no justificable, la frustración de los que nomás no remontan es comprensible. Pero el tono de Tatiana en esa mesa dista mucho de ser el de la ecuanimidad de alguien cuyo candidato registra en las encuestas más puntos que sus dos competidores juntos. Por lo anterior la duda es si se pudo haber hecho una campaña distinta en contra de AMLO, si se le podía ganar sin caer en sus terrenos; como también es pertinente preguntarse si Tatiana y otros morenistas no son víctimas de su éxito, de haber adoptado de su candidato cierta propensión a descalificar, total la gente parece premiar, o al menos no castigar, esa rijosidad.
Buscando ser fiel a la frase de Ibargüengoitia me topo en Google con un texto de Juan Villoro publicado en Nexos en abril de 2005: "Llama la atención que quienes buscan frenarlo no hagan otra cosa que acentuar sus condiciones de líder singular. En su papel de príncipe cercado o ranchero en emboscada, López Obrador no rinde cuentas, ni asume los errores de su equipo, ni detalla sus planes de largo alcance … De manera pasmosa, sus enemigos han trabajado con denuedo para darle la razón y transformarlo en víctima ejemplar, Nelson Mandela en su apartheid electoral … a López Obrador se le ha llamado 'populista' con suficiente insistencia para que eso signifique 'popular'. En vez de llevar al jefe de gobierno al terreno cívico de las discusiones, donde es hábil pero no infalible, sus rivales le abren el espacio de la movilización social, donde opera mejor que nadie".
Hoy pasma comprobar cuánto no ha cambiado López Obrador, pero sobre todo cuánto no cambiaron sus adversarios.
Era cierto lo que decían, lleva sexenios en campaña. Y ellos, que tanto lo conocían porque dijo e hizo lo mismo todos estos años, no pudieron llevarlo al terreno de las "discusiones". Ni siquiera supieron evidenciar de manera efectivo el vacío que hace a las mismas. Cuando haya tiempo de revisar lo que pasó y lo que no pasó en esta campaña, ojalá vayamos más allá de explicar el éxito de López Obrador sólo por la consistencia y legitimidad de un discurso que denuncia una desigualdad y una corrupción que al correr de los años no sólo persistieron sino que incluso se agravaron, como si tales fenómenos fueran plagas bíblicas y no resultado, precisamente, de las acciones/omisiones de quienes luego quisieron satanizar al tabasqueño.
Es cierto, desde el PAN o desde el PRI había poco margen para la credibilidad, pero ¿no les faltó estrategia para no caer –una y otra vez– en los pleitos rancheros de AMLO?En tres semanas y días son las elecciones. La ruta actual, que ha sido la de los últimos meses, no deja duda sobre quién ganará. Pero en el camino habremos desperdiciado la oportunidad, irrecuperable, de hacer que el candidato puntero se viera obligado a ampliar su oferta, a ceder, a negociar, forzarlo a nuevos compromisos.
Dado que nunca vio comprometido su triunfo, estaremos a expensas de la lectura que en solitario AMLO quiera hacer del mandato de las urnas.
Era el peor escenario. Una campaña ya no digamos carente de la emoción de la incertidumbre, una donde el ganador puede concluir que él siempre tuvo la razón y que los demás no le pueden decir ya nada sobre qué y cómo gobernar.