El presidente de México entiende al mundo a través de agravios, reclamaciones y retribuciones. El rencor disfrazado de afán justiciero es una de sus tácticas de negociación, junto con la fantasía de sentirse un hombre brillante cuyas ideas deben ser emuladas. Pide, exige, porque cree merecerlo. Malo para ofrecer, bueno para estirar la mano. Porque le encanta hablar de países pares y soberanos, pero no ofrece un intercambio de iguales, sino que demanda un trato de privilegio.
López Obrador es el príncipe de las frases huecas que usa la historia como evasión. Es como sus ‘otros datos’, pero con referencias en el pasado lejano. No lleva a nada, excepto pretender cultura en un ámbito que demandaría ser innovador y audaz: durante ese escaso tiempo para dialogar con el presidente de Estados Unidos, la vicepresidente, el premier canadiense. Sus peroratas ponen una oportunidad dorada en el basurero más cercano.
Incapaz de mirar hacia el futuro, habló repetidamente de Benito Juárez y de Abraham Lincoln, de Franklin Roosevelt y Lázaro Cárdenas, que qué bonita relación bilateral tuvieron en las décadas de 1860 y 1930. Sobre los embajadores respectivos, nada de mencionar a los actuales, pero tiempo le sobró para pontificar sobre Josephus Daniels (el enviado diplomático de Roosevelt).
A Joseph Biden y Kamala Harris les tocó la felicitación por la legislación propuesta por la administración demócrata de legalizar a millones de migrantes. Que ojalá tuviera el apoyo de su partido y de los republicanos, y que seguiría dicho proceso atentamente. Tuvo la desfachatez adicional de plantear que Estados Unidos y Canadá dejaran de rechazar migrantes.
Esto, del Presidente que estableció, por presión de Donald Trump y mantiene hasta hoy, una barrera de contención a los migrantes que tratan de entrar a México por la frontera sur. La exigencia del que pide que se abran (más) las puertas a los mexicanos, pero hace en muchas ocasiones lo indecible para cerrar el ingreso al país de capitales extranjeros. Entonces sí, se acuerda de la soberanía e ignora lo que él mismo firmó en el TMEC.
Nada sobre México expulsando a sus nacionales hacia tierras extranjeras. En materia migratoria, es como si la pelota solo estuviera en la cancha de Estados Unidos. A Harris hasta le tocó la sobada propuesta de que Estados Unidos tenía que hacer programas de empleo en América Central para evitar la expulsión de personas. Programas que, ya se sabe, son Sembrando Vida y Jóvenes Construyendo el Futuro.
Por otra parte, ni siquiera dio las gracias a Biden por las vacunas que tanto le han servido para hacer caravana con sombrero ajeno. Porque el COVID es un tema central del que habló Biden en el evento tripartito, y también lo hizo Trudeau. López no lo mencionó ni siquiera de paso. Quizá porque para él simplemente no es un problema.
El tabasqueño ya encontró hace tiempo una fórmula para mantenerse en la década de 1970 fingiendo ser moderno: hay que producir lo que se consume. En su discurso dijo explícitamente lo que se estudia en los textos de historia económica: “sustitución de importaciones” (imposible imaginar lo que pensaron Biden y Trudeau). Que los fletes están muy caros y que China domina el comercio mundial, y por ende América del Norte debe casi transformarse en una fortaleza.
Fue una cumbre tripartita en que departieron dos líderes globales y un mendigo con visión aldeana e ínfulas históricas, y además demandando lo que no está dispuesto a ofrecer.