“Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. Lo que no se cansa de presumir Andrés Manuel López Obrador y de lo que carece por completo es honradez. A la menor oportunidad saca el pañuelo blanco y proclama que ya se terminó la corrupción, cada que puede suelta su “no somos iguales”.
Es, pues, el Presidente más cínico que ha visto México. Un hombre que metódicamente cultivó la imagen de honestidad, mezclando la apariencia con las más estrambóticas mentiras. La estrategia le funcionó por años. La ironía final fue que en su tercera campaña presidencial tuvo un caldo de cultivo extraordinario gracias a las corruptelas de la administración Peña: el sobado cuento de la pureza resonaba entre los votantes dado el contraste que presentaba ante las raterías priistas. Aquellos que no creían en la pureza del tabasqueño al menos podían pensar que era difícil que se pudiera robar con mayor magnitud o descaro.
Pero lo consiguió. Cruzado el ecuador del sexenio, lo asombroso no son las corruptelas que se han destapado, sino aquellas que probablemente florecen en abundancia gracias a la opacidad y falta de escrutinio. Mientras sermonea contra los robos de la era neoliberal, López sembró desde el inicio de su gobierno las semillas de más corruptelas, reduciendo los salarios de la burocracia y la transparencia en el ejercicio presupuestal.
Su cinismo tiene al menos tres vertientes. Por un lado, pretender que haberse rebajado sueldo y cancelado su pensión muestran probidad personal. Salario y pensión son irrelevantes cuando se sabe de los sobres con efectivo manejados por sus hermanos, los negocios que hacen sus hijos, los desfalcos de la cuñada o los contratos recibidos por la prima. La nación tiene ante sí una nueva película sexenal: “Nosotros los pobres, ustedes los López”.
La segunda faceta del cinismo corrupto de AMLO es la denuncia feroz del denunciante. Ante las evidencias que no puede negar, ataca con furia a aquellos que han exhibido a su parentela o colaboradores. Recurre a otra de las sobadas cantaletas de su repertorio y se proclama, con esa megalomanía histórica que tanto le agrada, el Presidente más atacado desde Francisco I. Madero.
Corruptelas nuevas o viejas tienen el mismo tratamiento. Sea su actual secretario particular exhibido haciendo carrusel para realizar depósitos bancarios, fuese su antiguo secretario particular arreando hasta con las ligas que ataban los fajos de billetes. Hace pocos días recordó ese episodio (que muestra que su corrupción es toda menos reciente) para declarar que el culpable de ello era nada menos que Carlos Salinas de Gortari. Pobres de sus manos derechas, obligadas a aceptar o lavar dinero. Incomprendidos sus hermanos, que se limitaban a recolectar dinero para ‘el movimiento’. Calumnias contra sus hijos, que trabajan honradamente una herencia.
La tercera vertiente es igualmente cínica. Para destruir el aeropuerto de Texcoco, el Seguro Popular, las estancias infantiles, la distribución de medicamentos, innumerables fideicomisos, siempre presenta el mismo pretexto: una estructura corrupta que merece ser demolida. Que ya presentará pruebas, ofrece, para nunca hacerlo.
La corrupción será uno de los indelebles sellos del sexenio, junto con la ineptitud y las muertes innecesarias, sea por violencia o enfermedad. Su creciente coraje y actitud a la defensiva muestran que López se está dando cuenta que su cinismo ya no le funciona, que entre más presume, más muestra lo que nunca fue.