Las mafias criminales se adueñan del país mientras que en Palacio Nacional se enfatiza que la instrucción a las fuerzas de seguridad es evitar enfrentamientos. Los homicidios siguen imparables mientras que la extorsión explota con la evidencia más palpable siendo los negocios quemados o los empleados asesinados de aquellos que se rehúsan a pagar el derecho de piso. La agricultura, minería, actividades industriales o comerciales, siendo amenazadas por las mafias que quieren una tajada del pastel o manejarlo completo. En las elecciones, sobre todo las locales, los criminales ya tienen su partido preferido, y no dudan en ayudar a que triunfe.
Mientras tanto Andrés Manuel López Obrador habla de abrazos en lugar de balazos, enfatizando que se debe proteger a los criminales porque también son seres humanos. Compra al Ejército con jugosos contratos mientras que los soldados acaban de albañiles. El presidente de la República externa su respeto en sus palabras y acciones por esas mafias, mientras que visita abiertamente territorios que se supone vedados a toda autoridad. No se trata de una relación en lo oscurito, por medio de emisarios discretos y lejos de la luz pública, sino el titular del Ejecutivo federal haciendo alarde de ella.
Una jactancia que ha llevado a que se hable abiertamente del tema, un flanco que el Presidente muestra a México y al mundo y que ya no puede pretenderse que no existe. Porfirio Muñoz Ledo, Ted Cruz y Marco Rubio son solamente poderosas cajas de resonancia diciendo lo que no tiene absolutamente nada de secreto a voces.
¿Qué motiva la conducta presidencial? Quizá el tabasqueño es el primer rehén de la nación, inmovilizado por fuerzas a las que no se atreve a enfrentar. Llegó a la conclusión de que la batalla estaba perdida, o hundiría al país en un mar todavía más brutal de sangre, y no se cansa de proclamar su rendición, a la espera de esa ‘pax mafiosa’ que no llega. El mensaje reiterado es “vamos a darnos un abrazo en lugar de matarnos”. Que lo dejen gobernar en paz, mientras que él los deja realizar sus actividades de la misma forma, y todos contentos. Mientras el país se colapsa, insiste que le den tiempo a su ‘estrategia’ para que funcione.
No sería de sorprender esa actitud. Soberbio y prepotente con los que puede amenazar y aplastar, el de Macuspana es en cambio obsequioso hasta la ignominia con aquellos que son más fuertes. La mejor muestra de ello no es el crimen organizado, sino Donald Trump, quien no hace mucho manifestó que nunca había visto a nadie doblegarse tan rápido ante su presión. Quizás AMLO trató de enfrentarse con las mafias y rápidamente comprobó que lo mejor era, igualmente, doblarse. ¿Cuándo? En el principio de su sexenio, con el desastroso intento de frenar el huachicoleo. En cuestión de semanas, se lanzó a la ofensiva, la frenó, y también se dobló.
Pero quizá no es rehén, sino socio, el aliado que construyó redes y alianzas en sus largos años de campaña. Como quien busca apoyo entre empresarios o sindicatos, solo que con líderes de otra clase de grupos: ustedes me ayudan a conquistar el poder, yo les ayudaré desde el poder. Y está cumpliendo.
Más grave todavía, no es socio, sino quien manda. No es que deje hacer, es que ordena al tiempo que consolida un poder paralelo al gubernamental que seguirá más allá de 2024. Un país hundido en la violencia porque el presidente de la República es, también, el capo de tutti capi del crimen en México.