No es cuestión de si sucederá, sino cuándo. No será un desplome como el experimentado en 1982 o 1994-95, pero será brutal. Andrés Manuel López Obrador tiene razón al considerar que el tipo de cambio es signo de fortaleza de una economía, pero comete el error de pensar que así es en todo momento, cuando se trata de una cuestión de largo plazo.
Muchas monedas han caído frente a la divisa estadounidense, incluyendo varias de potencias económicas. Hace un año se necesitaban 110 yenes para adquirir un dólar, y actualmente son 145; en el mismo periodo una libra esterlina pasó de valer 1.36 dólares a 1.11, y eso que se ha recuperado un poco en días recientes. El euro pasó de 1.16 dólares a 98 centavos.
En cambio, hace un año se requerían 20.50 pesos para comprar un billete verde, y actualmente son 20.17. La moneda nacional muestra una estabilidad que en realidad implica fortaleza; es el momento de vacaciones en París, Tokio o Londres. No es que sea barato, pero sí mucho más económico que hace unos meses. El inquilino de Palacio Nacional no tarda como tantas veces en presumir, hinchado como pavorreal, al “peso fortachón”.
El tabasqueño no entiende que dos factores de corto plazo explican esa solidez, y que ninguna tiene relación con su gobierno o acciones. La primera es la política monetaria del Banco de México, que ayer aumentó la tasa de interés objetivo (referencia de corto plazo) en 75 puntos base, a 9.25 por ciento, un nivel nunca alcanzado desde que el Banco Central instituyó dicha tasa como su principal instrumento de acción en el ámbito monetario, a principios de 2008.
¿Por qué no tiene nada que ver con el gobierno? Porque Banxico es autónomo. De hecho, a AMLO le desagradan los aumentos en las tasas de interés que buscan enfriar (desacelerar, incluso llevando a una recesión) el crecimiento económico y que tienen por objetivo bajar la inflación.
A nadie le gustan, ni a los banqueros centrales, pero son un mal necesario. Pero el de Macuspana se siente un genio en todo, incluyendo la economía. Dice que es como apagar un coche que se sobrecalienta, sin entender que es una medida de corto plazo que permite luego volver a acelerar. Critica que son medidas “ortodoxas” (sí, lo son) y que hay otras alternativas (no, no las hay). Si López las descubre le pueden ir otorgando el Premio Nobel de Economía.
¿Qué más sostiene al peso? El elevado precio del petróleo. Otro factor que nada tiene que ver con la política pública presidencial. En cambio, lo que sí está haciendo AMLO es destruir al crecimiento económico presente y futuro, con una política fiscal irresponsable (Macario Schettino ha pronosticado reiteradamente una crisis fiscal), la destrucción de los sectores salud y educativo, los apapachos al crimen organizado y la inversión irracional en petróleo, que incluye a Pemex y refinerías, aparte de dinamitar el mercado eléctrico eficiente y competitivo que tenía México.
En los últimos 18 meses de gobierno todas esas acciones son las que alcanzarán a López Obrador… y al peso. Se combinarán con la incertidumbre política y electoral, con un Presidente dispuesto a destruir al aparato democrático para que su corcholata gane. Una campaña que probablemente dominará (más) el crimen organizado, con asesinatos incluidos. La fortísima depreciación será un elemento más de un cierre sexenal desastroso. El peso frágil hoy apuntalado por tasas elevadísimas y un alto precio del crudo se derrumbará cual castillo de naipes.