El extraordinario libro de Elena Chávez es un potente reflector sobre el ratero que es el Presidente de México, mostrándolo en toda su podredumbre. Agrega mucha carne a lo que se sabía del esqueleto de las corruptelas del tabasqueño, ya evidenciadas a lo largo de muchos años. Quedó al desnudo su estudiada premeditación, esa extraordinaria y cuidadosa planeación, para apoderarse del gobierno y saquear al país.
Se repite sobre AMLO que le importa el poder, pero no el dinero. El “Rey del cash” muestra cómo construyó una escalera al poder cubierta con billetes, con cantidades crecientes mientras más peldaños escalaba. López Obrador no es alérgico a la riqueza, sino a desplegarla, y es un experto en utilizarla.
El macuspano no sabrá gobernar, pero tiene un talento singular para subordinar a sus leales. El libro hace comprensible por qué premia la obediencia por sobre conocimiento o experiencia. Lo que un corrupto necesita no son personas brillantes, con carácter o iniciativa, sino dependientes adictos, dispuestos a dar la cara para que el jefe permanezca en las sombras. Solo aquellos dispuestos a corromperse hasta la médula y sin cuestionar los métodos de AMLO entran a su primer círculo, como muestra contundentemente el libro.
El modus operandi obradorista es transformar un gobierno en una fuente de dinero que fluye hacia su persona. Exhibido su hermano Pío recibiendo sobres a reventar de billetes, el Presidente justificó que eran “aportaciones” a su “movimiento”. Sin duda, personas que eran obligadas a “aportar” una parte de su sueldo. El más puro estilo de los llamados “kickbacks” en lengua inglesa: te pongo donde hay, o te hago un pago, y me entregas una parte. Si AMLO los había hecho, por medio de su partido o “movimiento”, legisladores, presidentes municipales o gobernadores, o bien designado funcionarios en su administración, era natural que les reclamara una tajada del pastel, por supuesto en efectivo entregado a un personero.
La mentira presentada como verdad. Claro que eran aportaciones, pero forzosas. Por supuesto que traía solo 200 pesos en la cartera, porque las pilas de efectivo las traían otros. Nada de propiedades a su nombre, sino inexplicables herencias o bien casas registradas con los muy cercanos. El añejo arte del “prestanombres” llevado a la perfección.
En las sombras, los sobres o hasta maletas repletas de efectivo. A la luz, el hombre pobre y austero, sencillo como lo desea ver el pueblo. El político que se hacía conducir en un Tsuru (blanco, por supuesto) y que vivía en sencillo departamento de Copilco. Porque AMLO maneja como nadie las apariencias, sabiendo que lo importante no es serlo, sino parecerlo, y además proclamarlo.
En los anales del cinismo obradorista esa estrategia tiene dos vertientes. Por una parte, gritar todo el tiempo esa falsa honradez. “Nosotros somos diferentes”, exclama mientras ondea el pañuelito (blanco, por supuesto), poco después de que algún nuevo video haya exhibido otra ratería. La segunda es argumentar corrupción, o en todo caso derroche, para justificar acciones y ataques. Canceló el aeropuerto, las estancias infantiles, la distribución de medicamentos, los comedores para pobres, innumerables fideicomisos, alegando corrupción. El ratero gritando: “¡al ladrón!” mientras señala en otra dirección.
El libro de Elena Chávez es una radiografía que muestra las podridas entrañas del rey de la corrupción, pero además de la hipocresía y el cinismo.