Un año de desaceleración económica y creciente incertidumbre política. El quinto año era tradicionalmente el pináculo del sexenio en la era del priato, y así debería ser en el morenato, pero Andrés Manuel López Obrador ha optado por la ambición desmedida y la destrucción. Será el año en que el destino empezará a alcanzarlo, ese trecho que mostrará el abismo al que está llevando al país.
La economía perderá impulso por el frenazo de Estados Unidos, la dura (y muy necesaria) política monetaria del Banco de México para bajar la inflación y una inversión privada que carece de incentivos, sobre todo por el crimen, como es la extorsión, y los ataques presidenciales en ciertos sectores, destacadamente el energético. La inversión pública seguirá concentrándose en proyectos sin impacto en el crecimiento, como son Pemex (incluyendo Dos Bocas) y el Tren Maya. Básicamente, seguirá tirando cientos de miles de millones de pesos en agujeros negros que son elefantes blancos.
El PIB aumentará alrededor de 1% el año entrante, acercando el valor de la economía al que tenía en 2018, y mostrando claramente el sexenio perdido. En términos de PIB por habitante, habrá que esperar a 2026 para alcanzar el nivel registrado entonces. La pandemia en parte explica el desastre, pero el resto de la responsabilidad le corresponde al inquilino de Palacio Nacional, quien no se cansó de criticar a los sexenios anteriores por el bajo crecimiento. Ahora el 2% promedio de esos gobiernos parece una expansión asiática comparada con el registro negativo que llevan acumulados los primeros cuatro años lopistas. Lo que AMLO prometió en 2019 es que habría un crecimiento promedio de 4% en su administración, y que en 2024 se crecería a una tasa de 6%.
En 2023 destacarán otras promesas fallidas. Dos Bocas no solo no empezará a producir gasolina, sino que es probable que no lo haga en todo el sexenio, mientras que el costo estimado del proyecto al menos se duplica. Lo que también se duplicó fue el presupuesto para construir el Tren Maya, que se supone debe estar terminado a fines del año. Pero el ofrecimiento estelar es que entonces los mexicanos gozarán de un sistema de salud como Dinamarca, lo mismo que ofreció en 2020. No habrá ni gasolina, ni tren ni salud.
Un año en que las corcholatas se darán hasta con la cubeta, gracias al afán presidencial de jugar al tapado como en la época del PRI, solo que sin la menor discreción o mano izquierda. Esto mientras trata de controlar el aparato electoral por medio de su Plan B, en medio de controversias sobre su inconstitucionalidad. Resolverá una Suprema Corte que quizá será presidida por una persona que plagió (prácticamente calcó) la tesis de licenciatura que presentó para titularse como abogada en la UNAM. Una vez más, la marca AMLO: 100% de lealtad aunque sea corrupta, como es apropiarse del trabajo intelectual de quien sí hizo el trabajo original.
Un año en que seguirá ofreciendo abrazos a los criminales mientras continúan los balazos, en que repetirá, como con la salud danesa, que pronto se tendrán resultados. Un año que al terminar dejará a López Obrador con solo nueve meses de gobierno, pues será el primero en terminar el 1 de octubre. El 2023 será el último en que podrá seguir fantaseando y decir que “en un año” se cumplirá esto o aquello, en tanto sigue dinamitando a las instituciones democráticas, barrenando los cimientos de la economía y minando a la sociedad por medio de la polarización.