Se ha convertido en la variable estrella, su termómetro para medir la salud económica del país. Muchos creen que un peso fuerte refleja una economía fuerte. Millones ya de cierta edad, lo que incluye a Andrés Manuel López Obrador (69 años), recuerdan las fatídicas devaluaciones de 1976, 1982 y 1994. Entre los muy jóvenes, la fuerte depreciación con Peña Nieto. Son ya cerca de 30 años de que la moneda entró en libre flotación. No importa, siguen asociando la estabilidad nominal con prosperidad, el Presidente en primer lugar.
Una economía fuerte, con elevada productividad y baja inflación por mucho tiempo, ciertamente tendrá una moneda que será utilizada internacionalmente, porque conserva mejor su valor que otras. Pero una clave está en “mucho tiempo”. No es el caso del peso, que además tampoco tiene como soporte una elevada productividad. Pero eso no le importa a AMLO, sino que la paridad de hoy es más fuerte que cuando tomó posesión.
En medio siglo, dice una y otra vez, ningún gobierno había logrado entregar un peso nominalmente más fuerte que el recibido. El inquilino de Palacio Nacional, a quien tanto le gusta pensar que un gran futuro se puede lograr recreando el pasado (como muestra su obsesión con el petróleo), se deleita creyendo que el peso está de regreso en los tiempos del Desarrollo Estabilizador (1954-72).
Comete un peculiar error con esa cronología. Ojalá alguien le avise al tabasqueño que puede más que doblar lo que presume: fue en 1904, hace 119 años, que una administración cerró con un peso más fuerte que al iniciar (uno de los varios gobiernos de Porfirio Díaz), cuando la moneda nacional tenía como su base un patrón bimetálico (oro y plata). Desde entonces los retrocesos ante el dólar son de rigor. Si acaso hubo tiempos de notable estabilidad cambiaria, como fue el 12.50 por dólar que AMLO recuerda desde que era niño hasta ya adulto (vigente entre 1954 y 1976). Se pavonea cuando habla del medio siglo y compara la fortaleza del peso con la del franco suizo, como hizo ayer.
AMLO quizá se aferra al peso porque no tiene logros económicos por ofrecer, aunque estire la imaginación, como fue decir, también ayer, que si logra 1 por ciento de crecimiento promedio anual en su sexenio eso sería una “hazaña”.
El detalle es que le quedan 20 meses a su gobierno. Puede imaginar un peso que seguirá fuerte, como igualmente fantasea sobre un crecimiento de 3 por ciento este año y el próximo. Le gusta la historia y no se cansa de citarla, pero no aprende de ella. Haría bien en recordar los cierres sexenales de los dos presidentes estatistas y demagogos, a los que tanto se parece, pero que nunca menciona: Luis Echeverría y José López Portillo, otros dos obsesionados con el tipo de cambio fijo, y cuyos sexenios cerraron con fuertes devaluaciones.
El régimen cambiario es otro (flotante en lugar de fijo), y el tabasqueño no puede proclamar, como su antecesor López, que defenderá el peso como un perro. Pero lo que sí está haciendo es presumir la paridad de hoy como un éxito propio, y por ende colocando sus fichas en una variable que puede caer con fuerza y en forma inesperada, como ocurrió en 2008-09, 2015-16 y, por supuesto, 2020.
AMLO es, como describió magistralmente Gabriel Zaid a López Portillo, un presidente apostador. Apostó fuerte al petróleo y sus elefantes blancos, y va perdiendo, a costa del bienestar de millones. Pero el apasionado de la historia no se da cuenta que corre el riesgo de repetirla, también, con el peso.