Es un mediocre y maniqueo estudiante de la historia pero con eso basta: ya intuye lo que le espera cuando abandone Palacio Nacional. Al principio de su gobierno todavía hablaba de que no se reelegiría, esperando poder hacerlo, un sueño que acabó con la pérdida de posiciones en el Congreso en 2021 y el fiasco del revocatorio en 2022.
Tiene una extraordinaria capacidad para la fantasía, para construir una realidad alternativa, pero los hechos lo van cercando y en ocasiones ya no consigue evadirlos. No puede negar que nadie quiere volar de su aeropuerto, que su refinería no produce hasta el momento un solo litro de gasolina y que su tren es un costosísimo fracaso y un desastre ambiental. No hay otros datos a los que pueda aferrarse.
Un sexenio es largo, de los periodos presidenciales más dilatados del mundo, pero al cabo termina. Por largo tiempo pudo ofrecer plazos para las fantasías que prometía. Era una de sus muletillas constantes: “en un año”, igual ofreciendo que se reconstruiría la Línea 12 del Metro (tardando dos años y medio) que un sistema de salud mejor que el danés (nunca). Ya no puede, le quedan menos de ocho meses.
A lo que se agregan las evidencias de su podredumbre moral. Las corruptelas de su parentela, incluyendo hijos y hermanos, y de sus colaboradores más cercanos, a todos los cuales sigue protegiendo, lo muestran como el ratero más cínico que nunca ocupó la presidencia. A todo ello se añade el haber entregado, por ingenuidad, incapacidad, o complicidad, el país a las mafias criminales. La etiqueta que explotó en las redes sociales en estos días, #NarcoPresidente, simplemente reflejó la certeza que tienen millones sobre el inquilino de Palacio y su continua y descarada deferencia para con ciertos grupos y sus líderes por medio de sus palabras, políticas y obsequiosas visitas. Es de suponerse que la DEA le tiene un expediente cada vez más nutrido. No en balde ha hablado, tan lenguaraz que ni eso se puede callar, de vivir en Cuba.
Su transición mental ahora se enfoca en el siguiente sexenio, y está desatado. Pensiones generosas, un sector energético estatizado, más refinerías, más trenes de pasajeros, más militarización, aumentos salariales, organismos autónomos eliminados, el Poder Judicial emasculado… está imbatible, al cabo que sabe que no tiene la mayoría necesaria en el Congreso. Pero le marca la agenda legislativa a quien espera le suceda. No vaya a ser que Claudia Sheinbaum tenga el atrevimiento de tener alguna idea o proyecto original.
Pero aquello que lo impele ya no parece ser la continuación de un proyecto de nación, sino el rencor y la venganza. Ante el fracaso busca culpables y quiere cobrarse, igual de las instituciones que de las personas que obstaculizaron su fantasiosa presidencia transformacional. López Portillo nacionalizó la banca; López Obrador quiere destruir todo aquello que considera no le permitió ser el Presidente extraordinario que esperaba.
La dura realidad de hoy lo está llevando a fantasear sobre los siguientes seis años, y va subiendo la apuesta, cada vez fija una vara más alta. Ya no es que Sheinbaum gane la presidencia, sino que tenga una mayoría aplastante en el Congreso que ni siquiera él logró cuando arrasó electoralmente en 2018.
Un peligroso afán destructivo que puede empeorar todavía más mientras que AMLO se lanza crecientemente enfurecido contra esa realidad que carcome sus fantasías. La incógnita, verdaderamente aterradora, es si está enloqueciendo.