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Sheinbaum: la buena y la mala

La buena es que Claudia Sheinbaum puede pensar por sí misma. La mala es que sus ideas son sueños guajiros anclados en un pasado nacionalista, estatista y dirigista que hace décadas fracasó.

Es difícil entrever un pensamiento propio, algo que muestre cierta originalidad en Claudia Sheinbaum, siempre lista para proclamar su abyección hacia quien la nombró. La flamante candidata no duda en decir que seguirá sin desviarse la estrecha senda que le sigue marcando Andrés Manuel López Obrador. Pudor o dignidad brillan por su ausencia, sean producto de una férrea disciplina interior que sabe que todavía no son los tiempos para ser ella misma, o una genuina ausencia de personalidad propia tras estar décadas bajo el mando del demagogo autoritario.

No puede descartarse que aprendió a mimetizarlo a tal grado que hace mucho desapareció cualquier vestigio de lo que ella fue. La que se congració con AMLO construyendo los segundos pisos cuando este era Jefe de Gobierno capitalino ahora le ofrece nada menos que el segundo piso de la Cuarta Transformación. Una campeona de la zalamería. Sabe lo que el tabasqueño quiere escuchar: su propia voz a través de ella.

De vez en cuando, sin embargo, hay un atisbo de ideas propias. Tiene un podcast semanal, y en uno de los más recientes destiló una propuesta que increíblemente no es una calca del obradorismo: realizar una planeación de la inversión extranjera que recibe México, para canalizarla a dónde más pueda traer bienestar para la población. Considerar los recursos disponibles, como son energía, agua e infraestructura, y determinar lo adecuado para cada región.

Sheinbaum recicla una creencia de esa izquierda añeja de la que tanto abrevó en su juventud: las empresas extranjeras salivan por entrar a México, harán lo que sea por acceder a sus recursos naturales y gente, y por ello es imperativo regularlas. Porque una empresa es explotadora y es necesario entonces acotarla para que realmente tenga un impacto positivo, que los beneficios no sean solo para sus dueños, sino para el pueblo. Los trabajadores y los recursos naturales del país no están para ser explotados o expoliados. De hecho el podcast se llama “La prosperidad debe ser compartida”.

La fascinación de Sheinbaum es por la planeación, por “ordenar el crecimiento”. Es la burócrata que piensa que puede mejorar las acciones del sector privado, que literalmente puede dirigir una economía para que esta sea mejor que en un mercado libre. Se trata de asignar los recursos públicos y privados para que, en conjunto, tengan un impacto más contundente. Proclama que quiere inversión, que es bienvenida, pero en sus términos.

Genuinamente se cree que su planeación y ordenamiento será un imán para los recursos privados. Los capitales llegarán entusiastas porque se les dirá en dónde podrán tener el mayor impacto; se las pondrán fácil. En el podcast se habló con exaltación de “metas específicas de transferencia tecnológica” y “contenido nacional”. Nada de ser una gran maquila, sino un generador de conocimiento y tecnología. Se aventó la ocurrencia de que los mexicanos pueden inventar su propio auto eléctrico. Sorry, Elon Musk, te las vas a ver con el ingenio nacional.

La candidata de hecho ya dio un objetivo de crecimiento para la economía mexicana: 5% anual, y eso precisamente por el nearshoring, nada menos que gracias a esa inversión que pretende ordenar, direccionar y acotar desde Palacio Nacional.

Están la buena y la mala. La buena es que Claudia Sheinbaum puede pensar por sí misma. La mala es que sus ideas son sueños guajiros anclados en un pasado nacionalista, estatista y dirigista que hace décadas fracasó.

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