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El Plan H de Claudia Sheinbaum

Claudia Sheinbaum comparte la visión de López Obrador de un México atrasado y feliz, pobre y digno, con millones de personas buenas dependiendo, de la niñez a la vejez, del gobierno.

A saber qué es peor: que Claudia Sheinbaum se obstine en presentarse como un clon de quien le entregó la candidatura presidencial o que exhiba pensamientos propios. El segundo piso de la 4T que ofrece la candidata en realidad es un nivel hacia abajo de la oda por la pobreza del obradorismo.

Para el inquilino de Palacio, la pobreza es un estado sublime, al menos para los demás (a sus hijos y demás parentela rapaz les encantan, como a AMLO, los billetes obtenidos gracias al poder político). El odio del tabasqueño por las clases medias y ricas es congruente con su visión maniquea de buenos y malos: los que poco tienen de riqueza material en cambio cuentan con gran fortuna espiritual. AMLO hubiera sido un guionista extraordinario de películas del cine de oro como Nosotros los pobres.

Porque la pobreza implica virtudes como honradez, dignidad, decencia, ser trabajador y tener amor por el prójimo. Aspirar a ser un clasemediero es por ello condenable. Su visión es que el gobierno cuidará del pueblo. Le proporcionará, para que pueda transitar por esa senda de pobreza, de muletas diseñadas por el propio AMLO, en la forma de subsidios, becas y pensiones. Es la visión de un México atrasado y feliz, pobre y digno, con millones de personas buenas dependiendo, de la niñez a la vejez, del gobierno.

Sheinbaum Pardo da un paso adelante hacia ese abismo de la pobreza. En su visión ya no es un Pepe el Toro esforzado o Tarcisio (“ya llegué vieja, ya me voy vieja”), el conserje multichambas en A toda máquina. Ahora es un Tarcisio Holgazán (con H mayúscula) que, con su numerosa prole, vive bien a costa del gobierno. Porque el Estado mexicano se hace cargo. El pobre es bueno, decente y, la novedad en el rebajado nivel de la 4T que ofrece Sheinbaum, un Huevón (igual, con H mayúscula).

En las escasas novedades intelectuales de la exjefa de Gobierno, está agregar el Plan H al Plan C que ya le diseñó su patrón y que ella, con la pleitesía habitual, prometió acatar sin alterarle una coma. Uno se encargaría de destruir las instituciones del gobierno mexicano que limitan el poder presidencial, la venganza de AMLO aunque sea en una fecha posterior a su caducidad oficial como político. El Plan H de la doctora, en cambio, se encargará de destruir el incentivo a la laboriosidad, al esfuerzo de todo tipo. Porque se entiende que, si ya no es necesario trabajar para vivir bien, tampoco lo será estudiar o prepararse en forma alguna.

Algo extraño, quizá, de una académica que no pareció rehuir el esfuerzo a lo largo de su vida, pero finalmente congruente con la mujer que ha negado su propia personalidad con tal de venderse como la calca de quien por décadas la llevo de la mano por la política. Si quien se proclama fervorosa ambientalista aplaude sin pudor igual refinerías que otro desastre ecológico como el Tren Maya, tampoco sorprende que reniegue del trabajo y el esfuerzo como un camino necesario para el bienestar personal, y en cambio promueva el estirar la mano.

Es el Plan H de los haraganes, holgazanes y huevones, la antítesis que tantos gobiernos piden a sus ciudadanos. Pero, eso sí, congruente con esa pasión por los pobres dependientes y agradecidos que, como lo dijo AMLO en alguna mañanera, son los más ardientes defensores de la “transformación”. Sin duda serán los más entusiastas militantes del Plan H de Claudia Sheinbaum. Por cierto, si las personas que reciben apoyos gubernamentales no pudieran votar, ¿quién sin duda ganaría la elección presidencial?

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