Es una de las frases sobre política, y elecciones, más trilladas: “los pueblos tienen los gobiernos que se merecen”. Citada reiteradamente pero muchas veces falsa. Como si el votante pudiese ver el futuro tras la densa neblina de la campaña. Una persona se transforma en gobernante gracias a la voluntad popular y resulta que el voto responsabiliza a la colectividad que lo encumbró de sus acciones. Como si un candidato estuviera anunciando que será un inepto si gana.
Por otra parte, hay muchas veces señales, indicativos potentes de la estatura moral, conocimiento y además, por supuesto, la trayectoria y experiencia que una persona que busca un cargo de elección popular ofrece al electorado. La campaña puede ser un simulacro, una cortina de humo, pero mucho se puede ver a través de ella para quien realmente busque. Están, además, la ideología y las promesas concretas. La demagogia abunda, pero también las pistas de aquello que se puede esperar en forma realista.
La historia es muy diferente cuando un gobernante está en campaña buscando ser reelecto. Entonces ya nadie puede llamarse a engaño sobre la persona. Al hombre del poder se le conoce en el poder, escribía Luis Spota. El poder revela, dice Robert Caro, el extraordinario biógrafo de Lyndon Johnson. Cuando tienes poder, muestras para qué lo querías. Un gobernante que busca de nuevo el voto difícilmente puede ofrecer ser distinto a lo que ya mostró ser.
Andrés Manuel López Obrador está en su campaña de reelección. Se declara inmensamente orgulloso de lo que denomina “la transformación” en estos más de cinco años de gobierno y ofrece mantener ese proceso hasta 2030. Le llama, pomposamente, el “segundo piso”, ese nuevo nivel que tendrá como base lo hecho en su primera administración.
Lo que ofrece es, además, radicalizarse. La veta autoritaria está al descubierto y ahora pide lo que no se atrevió en 2018: un voto arrollador que le permita modificar la Constitución a placer, en primer lugar para destruir la Suprema Corte. Ya demostró que considera a los legisladores de Morena meros levantadedos a los que ordena no alterar una sola coma a sus iniciativas. Ahora quiere jueces igualmente a modo. Que pueda gobernar como lo hacían los priistas de antaño, ese régimen que magistralmente retrató Daniel Cosío Villegas: una monarquía, absoluta, sexenal y hereditaria por vía transversal.
Esto es, la continuación del régimen orwelliano que ha vivido México desde 2018. La guerra es paz gracias a las mafias criminales que dominan el país. La corrupción es honestidad como lo demuestra el propio López Obrador por medio de sus voraces familiares y colaboradores. Finalmente, la ignorancia es la fuerza. ¿De qué sirve el conocimiento más que para aspirar a ser un clasemediero? Mejor la ignorancia y el adoctrinamiento en la escuela, finalmente la pobreza será llevadera con dignidad gracias a becas en la niñez y pensiones en la vejez.
Nadie podrá llamarse a engaño sobre lo que espera a México si en un mes sus ciudadanos optan por la reelección de AMLO. El futuro será una mera continuación del pasado reciente, idealmente barriendo los obstáculos legales e institucionales para establecer un régimen autoritario y demagógico cuyo embrión se fue fraguando en estos años. La única diferencia, meramente de apariencia, será que López Obrador gobernaría por medio de Claudia Sheinbaum. Si gana, los mexicanos tendrán el gobierno que se merecen.