A Emiliano.
Quizá la ciudadanía se ha acostumbrado a ese privilegio que es el voto universal que en muchísimos países tiene menos de un siglo de existencia. Antes, un privilegio de hombres (generalmente ricos) y que hoy es un derecho al alcance de todos. Hoy todavía viven en México mujeres que recuerdan que, ya adultas, no tenían permitido cruzar una boleta electoral.
Gobernar es elegir, pero antes hay que elegir a quién gobernará. Es nuestro turno, uno de los momentos estelares en que la voluntad individual se suma para convertirse en voluntad ciudadana. Un acto que parece tan banal como cruzar un símbolo en un papel es el agregado que entregará el poder político, en ocasiones inmenso, a una serie de personas. La responsabilidad individual de ese acto se diluye en la adición colectiva, pero no desaparece. No solo se debe aquilatar el privilegio del acto, sino sus consecuencias.
Esa consecuencia debe ser Xóchitl Gálvez Ruiz tomando posesión como presidenta de la República el 1 de octubre próximo y conduciendo los destinos de México como jefa de Estado y Gobierno hasta 2030.
Porque la hidalguense representa retomar el camino de una democracia perfectible, no la certeza de un autoritarismo. Significa el respeto a la división de poderes, sobre todo a la Suprema Corte de Justicia de la Nación, así como mantener instituciones como el INE, INAI y revivir al Sistema Nacional Anticorrupción. Es seguir una pelea por un México más democrático.
Ella representa mover a México al periodo 1997-2018, un periodo de elecciones competitivas y limpias, cuando se requerían forjar consensos para aprobar leyes, un tiempo en que se dejó de hablar de fraudes electorales y en que había una enorme confianza en las autoridades encargadas de organizar y vigilar esos procesos. La alternativa es volver al México de 1935-1997, con un Presidente omnipotente. La única diferencia es que en este caso sería una presidencia bicéfala, dividida entre Palacio Nacional y la hacienda de Palenque.
Una presidencia encabezada por Xóchitl Gálvez implicaría retomar la salud, educación e infraestructura como prioridades de la política y los recursos públicos. Volver a ofrecer a decenas de millones de personas que viven en la pobreza o en la miseria un esquema como el Seguro Popular, que por lo menos les permita el acceso a servicios básicos de salud y una cobertura ante ciertos eventos catastróficos. Que se deje de clamar por medicamentos para niños y adultos, sobre todo contra el cáncer. Que el adoctrinamiento abandone las aulas y los libros de texto oficiales.
La prioridad ya no sería producir petróleo y menos refinarlo, perdiendo carretadas de dinero. Tampoco lo sería un tren ecocida o mantener una aerolínea, igual perdiendo recursos del erario, solo por vanidad o por un concepto equivocado de la soberanía nacional. Gálvez no regresaría de inmediato a los militares a los cuarteles, pero sí dejarían de administrar aeropuertos, aduanas, trenes, aerolíneas, hoteles y hasta parques turísticos. La fantasía de que los abrazos evitan los balazos sería olvidada junto con la esperanza de que las mafias criminales alcancen una especie de paz tácita con el gobierno y entre ellas.
No hay forma de llamarse a engaño ni crearse falsas expectativas. Xóchitl Gálvez representa la esperanza de retomar la senda de un México mejor. La alternativa es al menos sincera en lo que ofrece: la certeza de la continuidad del autoritarismo y la destrucción. Mi voto será por la esperanza.