La inflación sube, los pronósticos de inflación también, y el Banco Central baja las tasas de interés. No es el Banco de Turquía subordinado a un líder autoritario (un experimento desastroso). Tampoco el Banco de México en 1982 cuando el efímero director general era Carlos Tello (quien falleció recientemente), un convencido que la inflación la motivan los costos (oferta) y que el costo del dinero (la tasa de interés) debe entonces reducirse para que otros costos lo hagan. Esto en lugar de atajar la inflación por la demanda resultó otro desastre, solo aliviado por el hecho de que Tello Macías duró menos de tres meses al frente de la institución.
Se trata del Banco de México en agosto de 2024, con su Junta de Gobierno gozando de plena autonomía y sin interferencia política en sus decisiones. Por la más estrecha de las mayorías (tres de cinco votos a favor, dos en contra) se optó por reducir la tasa de interés objetivo en 25 puntos base (de 11.0 por ciento a 10.75 por ciento) mientras que pocas horas antes el INEGI había anunciado que la inflación de julio había alcanzado nada menos que 1.05%, la más elevada para ese mes en una década y que el incremento anual de los precios subía a 5.6 por ciento, casi el doble que el objetivo central del Banxico.
Se supone que los banqueros centrales son ortodoxos. Esa decisión no lo fue. Mostró a una Junta de Gobierno ya no dividida entre los tradicionales ‘halcones’ (duros contra la inflación) y ‘palomas’ (más blandos con respecto a lo que se considera un nivel aceptable) sino ortodoxos y arriesgados, con los segundos en mayoría. Se notó, con claridad, un órgano de decisión en que ninguno de sus miembros (ni uno solo) fue un funcionario de larga carrera en el Banco Central.
La apuesta es doble. En el corto plazo, perder implicaría que la baja en la tasa de interés empuje (más) la inflación que se hubiera tenido si se hubiera dejado sin cambios. Además, que implique un incentivo para que se deprecie (más) el peso frente al dólar. Si se evidencia que el Banxico erró al flexibilizar la política monetaria, lo que se tiene en el largo plazo es un daño reputacional de la institución en general y de su Junta de Gobierno en lo particular.
Los que optaron por el riesgo consideran que la inflación subyacente apunta, dado que es mucho más baja, a una caída de la inflación en el futuro. No les falta razón, solo que de nuevo es algo incierto. Pero además, han ignorado olímpicamente que el déficit del sector público ha explotado y representará en 2024 más de 6 por ciento del PIB. Que Claudia Sheinbaum habla de recortar ese desequilibrio mientras que, sin la menor congruencia, anuncia más programas (pensiones) y obras (trenes) aparte de tratar de terminar las obras emblemáticas del obradorismo, sobre todo Dos Bocas y Tren Maya. Sheinbaum, como su padre político, parece creer que de algún lado brotará el dinero. De una reforma fiscal no será, porque también la rechaza. Tampoco quedan ya fondos de contingencia o fideicomisos por saquear, de eso ya se encargó López Obrador. Esto aparte del pánico financiero que implicaría la aprobación del llamado plan C durante septiembre. Ante un barco a la deriva, se requiere un ancla, no soltar las amarras.
Por lo que el horno no está para bollos heterodoxos o, en otras palabras, que el Banco Central de la nación apueste a que se puede bajar la tasa de interés en tanto la inflación mantiene una tendencia alcista en un ambiente de incertidumbre. Es tratar de apagar el incendio con gasolina.