Dos presidentes soberbios: Claudia Sheinbaum y Donald Trump. Cada uno con un sólido mandato popular, con sus partidos controlando ambas cámaras legislativas y dispuestos a usar el poder que conocen para alcanzar sus objetivos. El estadounidense ya estuvo cuatro años en la Casa Blanca; la mexicana acumula un cuarto de siglo bajo la tutela del anterior inquilino de Palacio Nacional. Ambos acostumbrados a mandar y salirse con la suya. A partir de enero serán homólogos.
Pero el gravísimo error de Sheinbaum es pensar que el neoyorkino es su par en todos los sentidos y que puede negociar como igual. Acostumbrada a imponerse sin trabas en el terreno nacional, parece ignorar las realidades que dicta la geopolítica y la economía global. Muestra que le falta comprender que en muchos intercambios internacionales no es relevante quién tiene los razonamientos más sólidos, sino quién tiene la mayor fuerza. Quien no se cansa de aplastar a sus rivales políticos no entiende que puede ser, a su vez, aplastada, junto con el país.
Sheinbaum no entiende que negocia desde una posición de debilidad. Por ello lo que requiere es mano izquierda y ejercer con discreción el complicado arte de la diplomacia. Creer, como lo hacía su mentor, que la buena política interior es la mejor política exterior es incorrecto. Lo peor de ello es que ni siquiera tiene una buena política interior, al menos ante los ojos del mundo, con un país inmerso en una espiral de violencia brutal y con su gobierno destruyendo contrapesos institucionales. La mezcla de violencia y regresión autoritaria no otorgan a la Presidenta tarjetas de presentación sólidas. Tampoco ayuda el afán de Sheinbaum, innecesariamente, de lucirse ante los mexicanos.
Frente a la inesperada amenaza arancelaria, Justin Trudeau buscó de inmediato una conversación telefónica con Trump y su versión sobre ella fue breve y evitando cualquier confrontación: había mucho por trabajar, y además convocaría a la oposición política para tener un frente común. Trudeau tiene una enorme ventaja: es el primer ministro de Canadá desde 2015, por lo que ha tratado con los presidentes Obama, Biden… y Trump. Por otra parte, la Presidenta tiene en su equipo a muchos funcionarios provenientes del obradorismo que también lidiaron con el estadounidense, destacadamente Marcelo Ebrard, aparte de por supuesto poder recurrir a la experiencia directa del propio AMLO. Al parecer este conocimiento no está siendo utilizado, o quizás algunas personas están dando consejos equivocados.
A diferencia de Trudeau, Sheinbaum no necesita de sus opositores políticos, pero sí desea los aplausos de la galería, y optó por esa forma de comunicación tan favorecida por López Obrador: una carta. Peor, decidió leerla completa en una mañanera antes de enviarla formalmente. Y, lo más grave, con una redacción abundante en soberbia. Lo que hubiera erizado a la doctora, que otro Presidente le dijera públicamente la forma en que debe gobernar, ella lo hizo sin empacho, aparte de decirle a Trump que el fentanilo era un problema de consumo de sus compatriotas.
La posterior llamada telefónica no fue mucho mejor y mostró, al parecer, que cada soberbio escuchó e interpretó lo que deseaba. Según su propia versión, Claudia siguió pontificándole a Trump lo que debía hacer. No entiende el desigual intercambio y que quien tiene mucho más poder no es ella. Está llevando a México a un choque tan innecesario como potencialmente costoso.