La presidenta de México encabeza, vaya privilegio, al mejor país del mundo. Así lo dice y lo más probable es que lo crea desde su cómoda posición. Y acaba de presentar un plan para que, estableció, lo siga siendo, llamado nada menos que ‘Plan México’. Es una continuación de ese sueño guajiro en el que Claudia Sheinbaum se despierta antes de enfilarse a seguir el ritual de su padre político y presentar su conferencia mañanera.
Es un plan en el que abundan los objetivos igualmente fantasiosos. Porque dijo la titular del Ejecutivo federal que ya había inversiones extranjeras por 277 mil millones de dólares esperando para arrancar con alrededor de dos mil proyectos en el país. Nada mal considerando que anualmente llegan de 30 a 40 mil millones. Por lo visto, en la cola hay el equivalente a por lo menos siete años de inversión. Muy extraño considerando que en 2024 la inversión extranjera nueva se ha desplomado, a niveles no vistos desde el siglo XX.
Sheinbaum le tiene una gran noticia a esos empresarios que salivan por hacer sus negocios en el mejor país del mundo: el gobierno les ahorrará mucho trabajo y les dirá dónde y en qué sectores colocar sus recursos para que así no solo les beneficie a ellos, sino a todos, logrando lo que le fascina denominar como ‘prosperidad compartida’. Porque su gobierno conoce las vocaciones regionales (al parecer los inversionistas no) y por ello desarrollará los llamados polos de desarrollo.
Un plan que muestra claramente la ideología de izquierda setentera de la física de la UNAM, reticente con el sector privado, ferviente creyente en el público. A la doctora no le gusta eso de ‘inversiones público-privadas’ por lo que las ha rebautizado como inversiones mixtas. Con un poco de entusiasmo quizá pronto empiece a decir que México es una economía mixta, como se hacía con tanto aplomo, y hasta orgullo, con López Portillo.
Ya López Obrador hablaba de sustituir importaciones, ese proceso que inició con fuerza con Miguel Alemán, y que ahora enfatiza Sheinbaum. Central en ello será la idea del ‘hecho en México’. Para sentirnos plenamente en el echeverrismo solo le faltó decir que “lo que está hecho en México está bien hecho”.
No es que Sheinbaum no crea en el comercio. Sí, pero nada de globalización, que eso ya quedó atrás. Lo de ahora, dice, son los regionalismos, y su aspiración es traer a todo el continente americano a la esfera de integración que hoy representa el T-MEC, lo que, a Donald Trump, sin duda, le parecería un chiste extraordinario en caso de atreverse ella a proponérselo. Quizá la Presidenta esté tentada en resucitar la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC), establecida en 1960.
Un año que fue además muy especial para los nacionalistas puesto que entonces el presidente López Mateos estatizó la industria eléctrica. No puede retroceder tanto el reloj, como tampoco pudo su antecesor, pero la titular del Ejecutivo sí se comprometió a que la generación se mantendrá mayoritariamente por parte de la Comisión Federal de Electricidad, en mínimo 54 por ciento (una cifra que su antecesor tabasqueño se sacó de la manga y que ella, por supuesto, mantiene).
Es el triunfal regreso del Estado estatista, intervencionista y dirigista. Probablemente, Sheinbaum sienta que está presentando una formidable visión de futuro cuando su hoja de ruta implica un retroceso a un pasado fracasado. Pero ya se sabe que las personas y los pueblos que se olvidan de su historia están condenados a repetirla.