Sonya Santos

¿Desde cuándo comemos flores?

Se siguen comiendo los garambullos y las flores de maguey, rellenas, capeadas o en algún sugerente guiso. Y por supuesto, las famosas flores de calabaza.

Llegó la primavera cargada de flores, de hojas nuevas en los árboles, y si el cambio climático lo permite, con el Sol para dejar atrás al frío. Precisamente el origen etimológico del término se refiere al “primer verdor”, en referencia a que, en la época primaveral las plantas reverdecen.

Desde un punto de vista astronómico, las estaciones se deben al movimiento de inclinación del eje terrestre, que ocasiona un reparto desigual de la luz solar entre ambos hemisferios, invirtiéndose cada seis meses.

Según estos estudios, las plantas reconocen las estaciones del año debido a que las proteínas de sus hojas perciben el frío, la insolación, la duración de los días y distinguen cuando las condiciones ambientales son las adecuadas para florecer y conseguir ser polinizadas.

A lo largo de la historia, el hombre, desde sus orígenes, su alimento se basa en la recolección, es decir, los primeros homínidos obtenían energía y proteínas de raíces, frutas, verduras y nueces, es decir, de plantas en general. La transición de la vida arbórea a las llanuras amplió el campo de actividad de los humanos primitivos y provocó la adopción de prácticas de alimentación más eficientes como la cacería, carroñería y la antropofagia.

Gracias a la agricultura se creó la civilización, fue tan importante que cambió la historia. Los seres humanos dejaron de ser nómadas al establecerse gracias al conocimiento de plantar para alimentarse. Ocurrió hace más de diez mil años y se desarrolló en varios puntos del planeta: Mesopotamia y Egipto, donde se cultivó trigo y cebada; en Mesoamérica, con el maíz; y el este de Asia, con el arroz.

Aun así, la recolección sigue siendo una fuente importante de abastecimiento de alimento que al día de hoy se practica.

Comer flores se remonta al principio de los tiempos. La herbolaria de los antiguos romanos, griegos y chinos tenían mucho que decir sobre los beneficios de comerlas. Incas, aztecas e hindúes incluían (y lo siguen haciendo) brotes comestibles en algunos de sus rituales religiosos, además de sus cualidades medicinales. El Códice de la Cruz Badiano es considerado como el texto más antiguo de medicina escrito en América. Es un documento que contiene representaciones pictóricas de las plantas, acompañadas de su nombre en latín y la forma en que tenían que ser utilizadas, escrito por el médico indígena Martín de la Cruz y que posteriormente el xochimilca Juan Badiano tradujo al latín. Se terminó el 22 de julio de 1553.

En la actualidad, y especialmente en México, las flores siguen siendo parte de nuestra dieta. Según un artículo del Ciencia y Desarrollo del Conacyt, en el mundo existen de 70 a 100 tipos de flores utilizadas en la gastronomía y de todas ellas, al menos encontramos 50 diferentes variedades en nuestro país. Famosas, indudablemente son la de jamaica y la de cempasúchil, esta última hasta el pulque adereza. También disfrutamos muchas para infusiones como manzanilla, lavanda, toronjil o azahar. Otras que empleaban nuestros antepasados y se siguen comiendo son los garambullos y las flores de maguey, que tradicionalmente se comen rellenas, capeadas o en algún sugerente guiso. Y por supuesto, las famosas flores de calabaza.

De algunas flores solo se utiliza una parte de estas, son el caso de solo los pétalos de la rosa y los pistilos del azafrán.

Otras que consumimos con mucha regularidad, pero algunos ignoran que son flores, son el brócoli, la coliflor y esos que pensamos es fruta: los higos.

Se debe tener mucho cuidado, algunas consumirlas con moderación, otras son tóxicas, y sobre todo, al cocinar en nuestras casas, y querer vernos muy creativos al tomarlas del jarrón que adorna nuestra sala, al querer decorar el platillo o incluirlas en el guisado, recordemos que esas son de invernadero, cultivadas con propósitos ornamentales, llenas de pesticidas dañinos para nuestra salud.

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