La semana pasada, en Monterrey, Nuevo León, se llevó a cabo una destacada presentación del Ballet de Monterrey, que sorprendió al público con su innovadora creación local titulada Maximiliano y Carlota. Esta obra se enfoca en la vida de los emperadores de México durante el periodo de 1864-1867.
La producción es completamente única y original en su concepción. El libreto, creado por Gerardo Páez, se fusiona de manera armoniosa con la interpretación magistral de la música compuesta por Caleb Ruiz, bajo la dirección de la Orquesta Sinfónica del Ballet de Monterrey, a cargo del músico regiomontano Felipe Tristán. El escenario, meticulosamente coreografiado por Thiago Soares, cobra vida con la destreza de más de 40 talentosos bailarines.
La obra comienza su narrativa después del período en que Carlota dejó México y se estableció en Europa, donde enfrentó graves problemas mentales mientras residía en las habitaciones del castillo de Bouchout en Bélgica. En este escenario, evoca su pasado junto a Maximiliano, reviviendo sus recuerdos. La historia se adentra en los momentos cruciales de los emperadores, la influencia de Benito Juárez y culmina con la trágica muerte del noble austriaco.
El breve, pero fascinante Segundo Imperio es una época llena de historias, mitos y recuerdos en todos sus aspectos. Durante el siglo XIX, numerosos viajeros quedaron cautivados por las maravillas de México, y muchas de las crónicas de esa época, escritas por personas que acompañaron a los emperadores, nos brindan una visión única de este período histórico que sigue despertando un gran interés sobre el último intento de establecer una monarquía en nuestro país.
Maximiliano y Carlota llevaron un estilo de vida lujoso, que incluía una variedad de alimentos que podemos reconstruir gracias a los menús que han llegado hasta nuestros días, así como a las crónicas de la Hemeroteca Nacional. Por ejemplo, el 12 de diciembre de 1865, disfrutaron de una comida que incluía sopa primavera, filetes de aves a la mariscala, pasteles de ostras, filetes a la Richelieu, quesos y mantequilla, así como helado de avellanas y frutas. Otros menús nos revelan platos europeos como estómagos de aves a la Périgueux y cartuja de codornices a la Bagration. En 1865, Maximiliano incluso redactó un reglamento para los servicios de honor y el ceremonial de la corte.
Gracias a los escritos de Paula Kolonitz, una aristócrata austriaca que acompañó a la comitiva imperial, podríamos deducir que Maximiliano y Carlota tuvieron su primer encuentro con las tortillas el 28 de mayo de 1864. Esta experiencia fue descrita en el libro Un viaje a México en 1864, donde Kolonitz expresó que las tortillas carecían de sabor, tenían una textura suave, eran del tamaño de un plato y estaban elaboradas con harina de maíz. Este curioso acontecimiento tuvo lugar durante un desayuno en la estación Soledad, ubicada a pocos kilómetros del puerto de Veracruz, donde habían desembarcado desde la fragata Novara, misma embarcación que tres años después, llevaría de regreso a Europa el cuerpo embalsamado del emperador.
En cuanto a la cava imperial, Ciro B. Ceballos, en su libro Panorama Mexicano 1810-1910 (Memorias), relata que los vinos del emperador fueron subastados públicamente a fines de 1867:
“Vinos campañones de la epicúrea Francia de Napoleón III; exquisitos vinos de la Hungría y Austria de los tiempos de Francisco José; procedente de los danubianos viñedos y la champaña rosada de las cavas del castillo de Schönbrunn. Esos sublimes y embriagantes néctares habían pertenecido con anterioridad a las imperiales bodegas del archiduque Maximiliano de Habsburgo, bodegas cuyo contenido, en su mayor parte, había sido puesto a remate por don Benito Juárez después de ocurrida la ejecución del filibustero príncipe”.
José Luis Blasio, secretario personal de Maximiliano, reveló en su obra Maximiliano Íntimo. El emperador Maximiliano y su corte. Memorias de un secretario particular en cuanto a la comida mexicana que, “los platillos favoritos del emperador Maximiliano eran los chiles rellenos y las crepas de huitlacoche; además, le tomó gusto al adobo de chiles secos, moles y pipianes, así como a las tortillas de maíz y hasta el pulque”.
Los últimos días del emperador son conocidos en los relatos de su médico personal, Samuel Basch, quien lo acompañó en su trágico destino en Querétaro. Basch documentó en su libro Recuerdos de México. Memorias del médico ordinario de Maximiliano (1866 a 1867), que a unas horas antes de morir:
“Despertóse a las tres y media; llamé a los criados que dormían en un cuarto del corredor; a las cuatro vino el padre Soria, a las cinco oyó misa el emperador con los dos generales, y a los tres cuartos para las seis almorzó carne, café, media botella de vino rojo, y pan”
El 19 de junio de 1867, en el Cerro de las Campanas, Querétaro, el archiduque Maximiliano de Habsburgo fue fusilado junto a los generales conservadores Miguel Miramón y Tomás Mejía, marcando así el triste final del Segundo Imperio mexicano.
Instagram: @sonyasantosg
Tik Tok: @sonyasantosg
Twitter: @sonyasantosg
Facebook: Sonya amante culinaria