He llegado a escuchar que hay moles que llevan hasta 80 ingredientes, diferentes historias sobre su creación y, claro está, que las leyendas de este manjar mexicano se dan a montones. Es un platillo que bien podría ser de corte barroco, este período artístico y cultural que se caracterizó por su estilo ornamental, dramático, exuberante y grandioso, tanto en la arquitectura, la pintura, la escultura, la literatura y la música, y en este caso, una preparación tan compleja, lo hacen comparable al estilo barroco en el arte, de ahí la asociación entre los dos términos.
El mole es una salsa mexicana tradicional que puede contener una combinación de chiles, especias, hierbas, frutas, chocolate y otros ingredientes, dependiendo de la región y la receta específica, una amalgama de conocimientos en todos los aspectos, la del Nuevo Mundo y la del Viejo Mundo.
El sincretismo es un fenómeno cultural y religioso que surge cuando diferentes tradiciones, creencias o prácticas se fusionan para formar una nueva síntesis. Este proceso puede ocurrir por diversas razones, como la colonización, la migración, el intercambio de hábitos o la adaptación a nuevas circunstancias. Suele manifestarse en la religión, la música, la gastronomía y otras expresiones culturales, dando lugar a formas híbridas y enriquecedoras. A través del sincretismo, las personas pueden encontrar puntos de conexión y coexistencia entre distintas costumbres y tradiciones, creando así un tejido diverso y dinámico que refleja la complejidad y la riqueza del mundo en el que vivimos.
El mole mexicano es un magnífico ejemplo de sincretismo culinario que encapsula la rica historia y diversidad cultural de México. Surgido de la fusión de ingredientes indígenas mesoamericanos y elementos introducidos por los colonizadores españoles, el mole representa una síntesis única de sabores, texturas y tradiciones. Los chiles, el chocolate, las especias y las semillas, heredadas de las antiguas civilizaciones mesoamericanas, se combinan con ingredientes como el pan y el pollo, traídos por los españoles durante la conquista. Este mestizaje culinario no solo crea un platillo complejo y delicioso, sino que también refleja la compleja identidad de México, donde las influencias indígenas y europeas se entrelazan para dar forma a una gastronomía única y apreciada en todo el mundo. El mole, con sus múltiples variantes regionales y su significado cultural, es un testimonio vivo del sincretismo que caracteriza a la cocina mexicana.
Algunas de las especies que también se sumaron a los ingredientes locales son el clavo, originario de las Islas Molucas, también conocidas como las Islas de las Especias, en Indonesia. Se utilizaba en la antigua China y en el antiguo Egipto, y luego se exportó a Europa y otras partes del mundo. Otra fue la canela, que proviene de la corteza interna del árbol de canela, que es nativo de Sri Lanka, aunque también se cultiva en otras regiones tropicales de Asia y ha sido valorada desde la antigüedad en Egipto y en la antigua China. El anís, que es nativo de la región mediterránea y del suroeste de Asia, desde hace siglos se utiliza tanto con fines culinarios como medicinales. Se cultiva en varios países alrededor del Mediterráneo, así como en otras regiones cálidas del mundo.
El cilantro, un ingrediente que parece tan nuestro, tan de México, es una hierba que se utiliza tanto como especia como en la cocina fresca. Es originario del sur de Europa y el norte de África, aunque se cultiva en muchas partes del mundo.
El mole, con su rica historia y complejidad culinaria, se alza como un auténtico emblema del sincretismo cultural y la exuberancia barroca de México, no es solo un platillo, es un monumento vivo al mestizaje y la creatividad, una obra maestra que sigue cautivando paladares, no solo en México.