¡Qué sería el mundo sin el tomate! O jitomate como lo llaman en varias partes de México.
Imagine las pizzas y las pastas sin este delicioso fruto que tanto ha aportado a la gastronomía. Sin embargo, recién desembarcado en Europa, a principios del siglo XVI, y por muchos años, estuvo catalogado como un alimento venenoso, además, el botánico y médico flamenco, Rembert Dodoens, ofreció un minucioso análisis del fruto, contribuyendo a su reputación como afrodisíaco. Este reconocimiento se refleja en nombres como “pomme d’amour” en francés, “pomodoro” en italiano y “love apple” en inglés. Se cultivaba principalmente como planta ornamental debido a la belleza de sus frutos.
Quién iba a pensar lo importante que llegaría a ser, que no solo transformó la dieta y la agricultura del continente, sino que también dio lugar a una revolución culinaria que continúa hasta nuestros días.
Esta emblemática fruta, que forma parte inseparable de la cocina mundial, tiene una historia fascinante que se remonta a regiones de América y se extiende hasta los platos más exquisitos de Europa y más allá.
Su nombre científico, Solanum lycopersicum, encierra en sí mismo un misterio que nos transporta a leyendas ancestrales y a la riqueza de la naturaleza.
En la antigua mitología germánica se cuenta que brujas y magos utilizaban los frutos de la belladona para transformarse en temibles hombres lobo. El término lycopersicum, que podría traducirse como “melocotón de lobo”, hace eco de estas narrativas. La cercanía botánica entre la belladona y el tomate, ambos pertenecientes a la familia Solanacea, así como la toxicidad inicial de los frutos sin madurar debido a su contenido de tomatina, justificaban este nombre enigmático.
No solo es un misterio en términos de su etimología, sino también un tesoro nutricional. Abundante en minerales como potasio, fósforo y magnesio, así como en vitaminas B y C, carotenoides como licopeno y beta-caroteno, y polifenoles, se ha consolidado como un elemento fundamental en las dietas contemporáneas, aportando una combinación única de sabor y salud.
El viaje del tomate desde las exuberantes tierras americanas hasta los refinados paladares europeos fue un hito en la historia culinaria. Con su llegada al viejo continente conquistó nuevos horizontes, aunque su integración en la gastronomía no fue inmediata. Entre las primeras menciones en Europa por parte de figuras como Pier Andrea Mattioli o Mathiolus en el siglo XVI, describían esta nueva “berenjena” de forma curiosa. En 1692, en Nápoles, se imprimieron las primeras recetas europeas que incluían tomate. Antonio Latini, ayudante de cocina, fue el autor de estas innovadoras preparaciones. Una de ellas era un guiso que combinaba codorniz, ternera, pollo y tomate, mientras que la otra consistía en una salsa, a la que Latini bautizó como “estilo español”, la cual hoy en día mantiene el mismo nombre.
Inicialmente considerada una planta ornamental en Francia en 1660, pronto se incorporó a la dieta cotidiana, cambiando para siempre las cocinas.
Los primeros ejemplares conservados en herbarios de ciudades como Bolonia, Italia, son testigos silenciosos de la evolución de esta planta en aquellas tierras. El Libro Quinto de Plantas Medicinales de Francisco Hernández, publicado en 1580, es un testimonio temprano de la presencia del tomate en la cultura europea, destacando su versatilidad y sus usos medicinales.
El tomate, con sus múltiples variedades, se ha convertido en un emblema de la diversidad y la adaptabilidad de la cocina global. Desde sus humildes orígenes en las civilizaciones precolombinas hasta su reinado en las recetas contemporáneas, sigue fascinando y deleitando a los paladares de todo el mundo, recordándonos que los sabores más exquisitos a menudo tienen los orígenes más humildes. Su viaje, marcado por la curiosidad, la innovación y el intercambio cultural, es un testimonio de la capacidad de la gastronomía para unir a las personas y trascender fronteras.