Sonya Santos

El robo del árbol de té, una historia fascinante

Hubo un hecho que no solo liberó a Gran Bretaña de su dependencia del té chino, sino que también marcó el comienzo de una nueva era en la industria global de ese producto.

En el apogeo del siglo XIX, Gran Bretaña se encontraba sumergida en una obsesión nacional: el té. Este fervor no solo definía su vida cotidiana, sino que también representaba una carga económica significativa, dado el monopolio que China mantenía sobre la producción de esta preciada bebida, único productor de té en el mundo. Con el fin de romper esta dependencia y asegurar el suministro, la Compañía Británica de las Indias Orientales (en inglés, East India Company o EIC) ideó un plan arriesgado que marcaría una de las hazañas de espionaje industrial más notables de la historia.

En aquella época, el té era una tradición que se había arraigado profundamente en la sociedad. Sin embargo, esta sujeción de China también significaba una vulnerabilidad económica, manteniendo así precios elevados que afectaban a la economía británica. Aunque el concepto de esta bebida es simple (hojas secas infundidas en agua caliente), su fabricación no es nada sencilla de entender y es un producto altamente procesado.

Tanto el té verde como el té negro provienen de la misma planta, pero difieren en su procesamiento y nivel de oxidación, lo que les confiere perfiles de sabor y características diferentes, y aunque son similares en su estructura química y en sus efectos estimulantes, el negro se cura o madura y el verde no.

En 1848, la EIC decidió enviar al botánico escocés Robert Fortune a China para abordar este problema, quien era conocido por su astucia y capacidad para integrarse en diferentes culturas. Fue elegido para llevar a cabo una misión secreta de espionaje. Disfrazado de comerciante chino, su barba afeitada y vestido con ropas tradicionales, Fortune se adentró en las provincias productoras de té, una zona estrictamente prohibida para los extranjeros.

Su encomienda era clara: robar plantas de té, semillas y, quizás lo más crucial, el conocimiento sobre el cultivo y procesamiento. Acompañado de un equipo de asistentes locales, se infiltró en las áreas donde se cultivaba y entró en las fábricas para conocer el secreto del secado y oxidación, técnica que se había transmitido sin cambios durante más de dos mil años. Ahí se preparaba para la exportación a través de los grandes distribuidores de té en Cantón y Shanghái.

La operación fue sumamente arriesgada. En varias ocasiones, estuvo al borde de ser descubierto por las autoridades chinas, que mantenían una vigilancia estricta sobre sus secretos comerciales. En una de las situaciones más tensas, Fortune tuvo que escapar de una plantación en plena noche, utilizando un burro que robó para transportar las preciadas plantas que había conseguido, las cuales, después de meses de intriga y peligro, logró enviarlas a la India. Allí, la EIC estableció plantaciones en regiones como Assam y Darjeeling. Esta acción no solo liberó a Gran Bretaña de su dependencia del té chino, sino que también marcó el comienzo de una nueva era en la industria global del té.

Esta estrategia permitió a Gran Bretaña asegurar un suministro constante, impulsando el crecimiento de la industria en otras regiones, como Sri Lanka, y convirtió a la India en uno de los mayores productores del mundo, asegurando satisfacer su insaciable demanda sin depender de China.

Esta bebida, que después del agua, es la más consumida del mundo, con el tiempo los británicos le añadieron leche, tal vez para suavizar los sabores fuertes y amargos, o quizá para reducir la temperatura y evitar que se agrietaran las delicadas tazas de té de porcelana china, que se usaban comúnmente en esa época. En 1908 se inventó la bolsita de té.

El ‘gran robo del té' es un ejemplo fascinante de cómo la audacia y el ingenio pueden superar incluso los monopolios más estrictos. La misión de Robert Fortune, con sus tácticas de espionaje, engaño y aventura, no solo cambió el panorama del comercio mundial de té, sino que también demostró cómo el deseo de controlar recursos naturales puede llevar a la innovación y la exploración.

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