Mi abuelo, Jesús Garza Hernández, conocido como ‘Don Cucho’, en su programa de televisión en Monterrey, llamado Codazos, al aire de 1960 hasta 1992, que entre otros patrocinadores estaban las nieves Lyla, solía mandar un saludo especial a don Lino Landeros, el propietario del establecimiento. El saludo tenía un propósito particular: indicarle que iba a pasar por nieve y esperaba que se la regalaran. Sin saberlo entonces, estábamos ante uno de los primeros emprendimientos industriales de helados en México, una fábrica que hoy en día es parte del patrimonio gastronómico de Monterrey, donde solemos referirnos a ambos productos –nieve y helado- como ‘nieve’. Sin embargo, existen diferencias fundamentales.
La nieve se elabora principalmente con agua, jugo de frutas y hielo, mientras que el helado utiliza leche o crema, a la que a veces se le agregan yemas de huevo y otros sabores o frutas. La textura del helado suele ser más cremosa debido a la mayor cantidad de grasa y a un batido más rápido. Pero en nuestra ciudad, esta distinción técnica es secundaria frente a la experiencia refrescante que ambos ofrecen.
La historia de lo que hoy es un postre se remonta a tiempos muy antiguos, cuando las civilizaciones más avanzadas utilizaban nieve y hielo para enfriar sus alimentos y bebidas. En la antigua China, hace unos 2 mil 500 años, se encuentran los primeros vestigios de esta práctica, mientras que en el Imperio romano se sabe que los nobles usaban nieve traída de las montañas para enfriar sus comidas. Se cuenta que Alejandro Magno empleaba esclavos para recolectar nieve en las alturas y así enfriar sus bebidas, y por supuesto, en las llanuras tendría que ser una región con temperaturas muy bajas durante el invierno.
El helado, tal como lo conocemos, surge más tarde. Cuenta la leyenda que fue Marco Polo quien introdujo una bebida fría de leche y nieve en Europa tras su regreso de China en 1297. Este conocimiento se difundió, y en el siglo XV llegó a la Corte francesa gracias a Catalina de Medici. La verdadera revolución en la fabricación de helado ocurrió en 1660 cuando Francesco Procopio dei Coltelli inventó una máquina que permitía obtener una crema helada suave y homogénea, similar a la que hoy disfrutamos.
En México, la nieve también tiene una historia rica y arraigada. En el imaginario colectivo existe la historia de que Moctezuma recibía nieve traída del Popocatépetl para enfriar sus bebidas. Tras la Conquista, las técnicas europeas de refrigeración y fabricación de helados se combinaron con ingredientes locales, y así surgieron los neveros. En 1620, Leonardo Leaños se convirtió en el primer criollo registrado que comercializó nieves con sabores primitivos en nuestro país.
Con la llegada de la Revolución Industrial, la producción de hielo y helados en México se transformó por completo. En 1865, Maximiliano de Habsburgo otorgó privilegios a un empresario francés para utilizar las primeras máquinas refrigeradoras en el país. Monterrey, siempre a la vanguardia, no se quedó atrás en esta tendencia.
En el año 1935, Lino Landeros, quien había aprendido el arte de hacer helados en Estados Unidos, fundó una pequeña planta de producción en Monterrey, considerada una de las primeras en su ramo, con el objetivo de abastecer la fuente de sodas de la Farmacia Panamericana. Este emprendimiento inicial se modernizó rápidamente comenzando así la industria de los helados en México.