Al fin y al principio del año nuestra forma de saludar cambia radicalmente: el buenos días o buenas tardes se transforma en feliz navidad y feliz año. La bondad que deseamos ordinariamente se transforma en felicidad. Ciertamente la felicidad tiene afinidad con el bien, pero no se identifica con él. Tampoco se identifica plenamente con el bienestar, sino sobre todo con el bien-ser. Todo ser humano anhela la felicidad, pero no debe perseguirse por sí misma, pues huye cuando se le quiere cazar, como pasa con una mariposa. Ahora bien, ¿en qué consiste la felicidad plena, la felicidad trascendente?
Lo anterior se concreta con una sencilla anécdota de las que suelen enviarse por internet: Una dama rica y bella acudió a un psiquiatra para manifestarle que se sentía infeliz, que su vida estaba vacía, sin sentido. El psiquiatra llamó a una anciana que limpiaba los pisos de la oficina y le pidió relatar cómo había encontrado la felicidad: Su esposo y su hijo habían muerto en el espacio de tres meses. Ella se deprimió, se sintió sola, perdió el apetito y el sueño, llegó a pensar hasta en quitarse la vida. “Ya no podía sonreír a nadie. Una noche, de regreso a casa, me siguió un gatito, como hacía frío lo dejé entrar, le serví un poco de leche y el gatito limpió completamente el plato, ronroneó y se frotó contra mis piernas. Esto me llevó espontáneamente a sonreír. Pensé que, si ayudar a un gatito me hizo sonreír, quizá ayudar a otras personas podría hacerme feliz. Desde entonces todos los días procuro hacer algo bueno para alguien, al ver su alegría, encuentro la felicidad”. La señora rica lloró, no tenía lo que el dinero no puede comprar. Hacer felices a otros, puede hacerte feliz.
La “Buena Nueva” de Jesús de Nazareth nos enseña paradójicamente ocho caminos para lograr la felicidad. Veamos algunos ejemplos. “Felices los limpios del corazón”, estos buscan lo bueno en los demás y cuando hacemos el bien juntos, vislumbramos una luz interior que nos produce gozo.
“Felices los que trabajan por la paz”, Agustín, el filósofo de Hipona describe a su madre Mónica como una persona pacificadora, que trataba de reconciliar a las personas. En efecto, los que trabajan por la paz cicatrizan heridas, fomentan el perdón.
“Felices los que son perseguidos”, muchas veces somos hostigados o amenazados sin ningún motivo. Sufrir es siempre doloroso, pero sufrir por una causa justa conlleva una satisfactoria serenidad.
Es difícil dar una definición de felicidad, pero conocemos cuáles son los ingredientes que pueden conducir a ella: la vida interior, la sana alegría, el humorismo espontáneo, la sonrisa, el perdón, el gozo de la belleza, cultivar el asombro y la admiración, no dar nada por descontado.
Estos y otros ingredientes los encontramos en una alocución atribuida al Papa Francisco. Podemos espigar en algunas de sus sentencias. “Puedes tener defectos, estar ansioso y vivir irritado algunas veces, pero no olvides que tu vida es la mayor empresa del mundo… Ser feliz no es tener un cielo sin tempestades, camino sin accidentes, trabajo sin cansancio, relaciones personales sin decepciones… Ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, no es solo valorizar la sonrisa, sino también reflexionar sobre la tristeza…no es solo conmemorar el éxito, sino aprender lecciones en los fracasos…Ser feliz no es un regalo del destino, sino una conquista para quien sabe viajar hacia dentro de su propio ser…Es agradecer a Dios cada mañana por el milagro de la vida. Es tener coraje para oír un “no”, hasta de aquellos que aprecias… es tener sensibilidad para expresar “te necesito” y capacidad de decir “te amo”. La felicidad consta de tantas partes que casi siempre falta alguna.
En suma, la felicidad no es una estación a la que se llega, sino una manera de viajar. No es feliz quien hace lo que quiere, sino quien quiere lo que hace. Jamás desistas de ser feliz, pues la vida es un espectáculo imperdible A quienes leen esta columna, les deseo un feliz año.
A la memoria de Miguel Concha Malo, O.P., quien colaboró a la felicidad de los más pobres.