Al celebrar en este mes la fiesta del amor y la amistad conviene reflexionar sobre la más grande de las virtudes: el ágape, la plenitud del amor. La lengua griega en la que está escrito la vida y mensajes de Jesús de Nazaret utiliza cuatro palabras para designar el amor: eros que significa el amor entre los sexos, storgé, que se refiere a los afectos familiares, philia como el atractivo afectivo, entre amigos y entre esposos, y ágape que es el amor a la sabiduría, ligado a la belleza y sobre todo al amor de y al Ser Trascendente. El ágape no es algo emocional que surja espontáneamente, sino una conquista deliberada.
En general la filosofía define el amor como procurar el auténtico bien a una persona en cuanto otra. El bien es lo que apetece, conviene y perfecciona al ser. La virtud trascendente del ágape incluye el amor al prójimo y a los enemigos. Obviamente no se trata de crear un paraíso para los criminales, ya que no se excluye el que se aplique la sanción jurídica. En cambio, se procura una sociedad en que reine la benevolencia, la bondad, el respeto y el aprecio entre los ciudadanos.
Ante todo, la Biblia señala que Dios es amor, esta sería la más profunda definición de Dios. No se ha dicho nada más grande de Dios ni del amor. La Biblia también nos habla del amor que Jesús de Nazaret manifiesta a sus discípulos: “no hay mayor amor que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15). Asimismo, Pablo de Tarso en la primera carta a los cristianos de Corinto, (ciudad que se caracterizaba por todo tipo de perversiones, por lo que se creó el verbo corintear), señala las principales características del ágape.
El amor es:
–Comprensivo, paciente (makrothymei): no se deja llevar por impulsos, ni cae en la agresividad. Se nos invita a ser comprensivos con el modo de ser del otro, a ser tolerantes con sus defectos: esto es una fuerza, no una debilidad.
–Benigno (jrestéuetai, derivada de jrestós: bondad en el actuar): el amor impulsa a la superación, incluye el servicio alegre, el dar y, sobre todo, el darse. En el amor existe un rasgo de dulzura, de delicadeza.
–No tiene envidia (zeloi: celos, envidia): el amor no se molesta o entristece por el bien del otro, ni ambiciona los dones o bienes de los demás. Los celos son una patología que envenena el amor.
–No es mal educado (perpereuotai: vanagloria). De esta cualidad deriva la cortesía, la delicadeza y la amabilidad, que pueden ser consideradas virtudes menores, pero en realidad son un hermoso ingrediente de la vida diaria y el embellecimiento del amor.
–No es arrogante, sino humilde: el amante nunca supera el asombro de ser amado. San Agustín invocaba a Dios: “Porque me amaste, me hiciste amable”. Ser amable (asjemonéi) supone una gran sensibilidad, mostrar cariño, saber usar signos, sobre todo, miradas y palabras agradables.
–No busca lo suyo: muchas cosas serían diferentes si pensáramos menos en nuestros derechos y privilegios y más en nuestros deberes y obligaciones. El amor es un don que no pide nada a cambio.
–No se irrita, no se exaspera (paroxýnetai): el que se domina a sí mismo, domina las situaciones difíciles. El que ama debe estar libre de la violencia interior, en todo caso, no terminar el día sin hacer las paces.
–No es rencoroso (se usa el término logízetai): no llevar cuentas del mal (ya me debes una…) sino saber perdonar. Aunque es difícil perdonar, hay que superar los sentimientos negativos arraigados en el corazón. La oración puede ser de gran ayuda. A la postre, el perdón es una experiencia liberadora.
–Se regocija con la verdad (sygjairei te alétheia): al apreciar la bondad y felicidad que se descubre en el otro, busca ser transparente y llevar una vida alegre.
–Disculpa sin límites (panta stegei): “No juzguen y no serán juzgados” (Luc 6,37). La difamación es un grave defecto, daña la fama del prójimo. El amor cuida, como algo que brota del corazón, la imagen de la persona amada: se reconocen sus defectos, pero no se publican.
–Confía sin límites, todo lo cree (panta pisteuei). Esta confianza brota del corazón, supera toda sospecha o suspicacia y fomenta la transparencia y la sinceridad.
–Espera sin límites (panta elpízei): promueve y alienta la maduración del ser amado, ve el futuro con optimismo. Esta esperanza incluye el sentido de la muerte: “Amar a alguien es decirle: tú no morirás” (Gabriel Marcel).
–Soporta sin límites (panta hypoménei): el amor supera las contrariedades de todo tipo (enfermedades, sufrimiento, depresiones…), no con resignación pasiva, sino con fortaleza.