Llegó a Toluca engañado por un promotor. Ahí conoció a la hija del dueño de un hotelito donde se concentraban los jugadores recién contratados por los Diablos Rojos. En Mar del Plata la pareja concibió a Christian, su único hijo. Tras el divorcio, siete años después, la madre y el niño regresaron definitivamente a México.
No fue futbolista porque su padre era una figura a la que temía, no a la que admirara. Pero más que eso, porque era un joven con la suficiente madurez para entender que su carrera deportiva sería cuesta arriba. "Era mejor que el promedio del jugador de llano, pero no era superior como profesional".
-¿Tu papá era buen futbolista?
-Lo operaron seis veces de la rodilla derecha y dos de la izquierda. Yo lo vi jugar los últimos años de su carrera, ya bastante golpeado. Físicamente era superior y muy rápido, y técnicamente no era malo. Además, era disciplinado. Pero no era fuera de serie; era un profesional medio pelo pa' arribita, no más.
Además de la pérdida de tiempo, en la familia de su madre –una maestra normalista experta en español– todos eran universitarios. No estudiar no era opción. Era un niño arropado por los suyos.
Martinoli fue un estudiante ordenado y responsable. No faltaba a clase, no se distraía, no dejaba de hacer la tarea. Iba a la escuela por la mañana y entrenaba por la tarde en el Deportivo Toluca.
-Para mí, Toluca era París o Nueva York. No me fijaba en cuestiones estéticas.
-No, vaya que no.
-Eso está claro, dice sonriente, agradecido por la fortuna de haber sabido desde el principio cuál era su vocación.
"Mi madre decía que si yo quería trascender como comentarista deportivo tenía que irme al DF porque en nuestra ciudad –aunque muy respetable– no iba a pasar del periódico local".
Y sí. Martinoli trabajó durante un tiempo en la radio y escribía para El Sol de Toluca, sin sueldo. Pero valió la pena. Aprendió, por ejemplo, que nunca sería amigo de los jugadores, a menos que escribiera lo que querían oír, y que tendría que expresar con vehemencia su punto de vista.
El estilo con el que se expresa lo atrajo al protagonismo televisivo, donde se ha hecho adorar y detestar:
He creado un personaje y lo he pulido. Es irónico y tiene humor negro
Martinoli aprendió de los grandes: José Ramón Fernández, David Faitelson, Roberto Gómez Junco, Rafa Puente, Emilio Fernando Alonso, entre otros. Pero, en efecto, creó a su propio personaje. "Lo tenía adentro", paralizado, a la espera de que su jefe, José Ramón Fernández, lo aprobara, lo palomeara.
La mano dura de Fernández lo inhibía. "En un acto de supervivencia, me tragué mi amor propio y mi opinión más de una vez". Todo por pertenecer en las grandes ligas del periodismo deportivo mexicano, con un ícono del negocio. "Padecí un pequeño síndrome de Estocolmo, pero le tengo una grandísima admiración y un gran respeto a José Ramón. Él fue el que me permitió crecer".
-¿Cómo desarrollaste esta personalidad televisiva?
-De pronto empecé a hablar más rápido, a José Ramón no le gustaba que yo gritara, pero yo gritaba más. Es que me emociono... Y hubo un momento en que los ratings en Azteca empezaron a apretar mucho y el gran problema que teníamos se llamaba Enrique Bermúdez, El Perro. José Ramón me pidió que hiciera algo, pero que no lo copiara. Me permitió abrir un poco las alas. Desde entonces no escucho un partido de futbol que no narre yo porque no quiero que se me pegue nada de forma inconsciente. Pongo mute, incluso a los de Azteca. Así me hice y me llevé críticas de todos lados. Muchos me odian, pero sé que no hay unanimidad en este negocio. Otros dicen que somos los mejores del mundo, y yo no me creo ninguna de las dos.
-¿Te sientes un personaje mayormente odiado?
-Soy un tipo que va más hacia el lado negativo que al positivo, incluso en mi vida. Sé que no soy gris. Me ven en blanco o en negro.
Yo lo entiendo. Sé que es muy difícil criticar a la selección. Le cuento que yo hago de su personaje en mi sala. Creo que la selección nacional de futbol es la más de mediocre y todo mundo se me viene encima. No me imagino la presión que él debe de sentir, la que sintió su exjefe. Es el villano perfecto.
"A la gente le gusta que le mientas, pero yo no le voy a mentir… La selección es mediana. José Ramón era odiado por todos y yo entendí que los que son severos y se quitan la bandera del pecho cuando ven un partido de la selección son odiados. Es mi caso, me dicen argentino de mierda. Carajo, soy mexicano por nacimiento porque mi madre es mexicana, vivo hace 32 años en México, tengo pasaporte mexicano. Dejé el acento a los once años y me gusta el River, sí, y el Toluca también".
La vida no se le va en hablar del América, pero sabe que no hay remedio, como si lo fuera. Lo insultan en la calle, enfrentan al personaje. "De verdad trato de entenderlo: ni modo que me hablen del doble hoy no circula o me pregunten por el dólar o sobre Peña Nieto. Salgo en la pinche tele, digo lo que pienso y ése es mi problema".
-Tu problema y tu fortuna...
-Pues sí. Al final de cuentas todo lo que tengo se lo debo a mi trabajo; le debo hasta a mi esposa.
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Martinoli fue corresponsal de Fox Sports América al mismo tiempo que se preparaba para ser periodista y comunicólogo en la universidad y en una escuela para comentaristas, la Raúl del Campo Junior, en la Narvarte. Ahí fue alumno del Che Ventura.
En 1997 se pagó el viaje a Bolivia para cubrir la Copa América y el año siguiente hizo lo mismo para no perderse el Mundial de Francia. Fue cuando despegó y entró a Televisión Azteca.
Martinoli es hombre de pocos amigos, "y mi entorno familiar es muy cerrado". Entre ellos cuenta al entrenador Aldo da Pozo y a Eduardo Ramos, a quien conoce desde niños.
De la televisión, sólo unos cuantos. Sus compañeros son eso: "Luis García no es mi amigo, Jorge Campos tampoco. Pero somos grandes cuates. Tenemos una enorme relación, nos divertimos mucho, disfrutamos del show. No nos queda otra porque los partidos que narramos generalmente son muy malos".