El lugar común: un joven escritor declara que creció envuelto entre libros, que sus padres –escritores ambos– le inculcaron el estimable hábito de lectura y que por esas razones él ama esos libros y ha elegido la misma profesión. Pero no. Daniel no se vale del cliché: "La realidad es que mi casa estaba formada por varias islas: la de mi padre leyendo en un lugar, la de mi madre leyendo en otro sitio y la de mi hermano, haciendo lo propio en su recámara".
De modo que Daniel Krauze pronto aprendió a estar solo y a hacerse de un vasto mundo interno. Era un niño sensible, creativo y fantasioso, según se pinta él mismo. A los siete, miraba a su hermano mayor –de quince– escribir afanoso en su computadora. Lo rodeaban adultos que no se dirigían a él como infante. "Es decir, no se convertían en un barco pirata para entretenerme".
Lo describe León, su compañero: "Daniel es un luchador de notable imaginación. Desde chico tiene muchos mundos en la cabeza, uno más complejo que el otro. Toda la vida ha peleado por consolidar una voz literaria propia, distinta a la pluma del resto de la familia. Lo consiguió a base de lecciones y humildad. Es un escritor con un oído muy fino para las distintas voces de los personajes que habitan dentro de su cabeza. Y aquello a veces suena a sinfonía (y lo digo con orgullo pero sin la ceguera del cariño). Y es un hermano amoroso como ninguno".
Esa voz literaria se ha impuesto. Daniel Krauze es autor de tres libros: Cuervos, Fiebre y Fallas de origen, su primera novela, ganadora del primer premio Letras Nuevas.
___ ¿Leías y escribías porque era lo que conocías, y porque lo conocido es terreno seguro?
___ Exacto. Tampoco me obligaban a leer, en lo absoluto.
Krauze estudió en varios colegios, entre ellos el Americano y el Alexander Bain, ambientes que describe como "universos mirrey", de los que nunca se sintió parte. "Yo diría que el legado principal de aquellos tiempos fue asumirme como alguien muy distinto de su entorno".
Una sensación constante en la vida de Daniel es "la no pertenencia". Pero no es un inadaptado. Le cuesta acoplarse, es todo. Quizá se debe a que es hijo de judío y católica, reflexiona, y "por eso nunca me he sentido de un lado ni del otro". Sus padres, sin embargo, no estaban en los extremos; aunque no comparten sus credos, "ambos son tan cercanos a la religión del otro como podían ser y los dos son completamente tolerantes. Mi madre, por ejemplo –añade– aborrece a la Iglesia, no nos bautizó y emprendió la búsqueda de sus raíces judías…"
Hace tiempo que Daniel se inclinó por el judaísmo, lo que atribuye a un sutil, temprano y amoroso proselitismo de su padre y a la fascinación que ejercían sobre él las historias bíblicas que le contaba. Sin embargo, afirma, "no soy parte activa de la comunidad".
___ ¿De qué sí eres parte?
Daniel enciende un cigarro. Lleva un rato aguantándose las ganas. "No lo había pensando", responde. "Me siento parte de mi grupo de amigos, me siento mexicano, me siento chilango. Muy chilango".
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Me cuesta imaginar a Daniel como un forastero en la Iberoamericana, donde estudió la licenciatura en comunicación mientras trabajaba en una agencia de publicidad –"lo más lejano a mi sensibilidad"– y en el Fondo de Cultura Económica.
Completó su formación con una maestría en escritura dramática en la Universidad de Nueva York y dejó a medias una segunda de expresión creativa, en Columbia. "Mis compañeros eran bastante menores, y algunos escribían mejor que yo. Confieso que eso me frustraba".
El colaborador de El Financiero y coeditor del sitio de Letras Libres (la revista literaria fundada por Enrique Krauze) regresó a México para presentar su exitosa novela, Fallas de origen. Y también porque se había gestado el proyecto de su próximo libro, que era imposible desarrollar en el extranjero. Daniel Krauze ha hecho algo envidiable: integró sus pasiones y sus pasatiempos –el cine, la lectura y la escritura– y de ellos vive. Aunque prefiere la no ficción y el documental, lee mucho y lo ve todo. "No se me ocurre un mejor trabajo en el mundo".
___ ¿Por qué la no ficción y el documental?
___ Porque pienso que aunque el libro o la película sean malos, algo voy a aprender.
También se las ha ingeniado para escribir sobre uno de los temas que lo inquietan desde pequeño: la conservación.
Como a tantos escritores, viejos y jóvenes, redactar no le parece una experiencia gozosa. De hecho, cuenta, es la escritura lo que no le permite dejar el vicio del tabaco. "No puedo teclear sin fumar". Pero hay una parte que disfruta a lo grande: pulir los textos, darles forma, observar su transformación.
___ ¿Tu futuro está dentro o fuera de Letras Libres?
___ No lo sé. Mi futuro es escribir. Creo que si mi papá hubiera tenido nueve hijos, los nueve haríamos lo que hacemos León y yo. No sé si es algo propio de los judíos... El sastre tiene nueve hijos y los nueve se dedican a la sastrería...
Volvemos al inicio de nuestra conversación. Admito (ya lo he hecho antes) que su generación me irrita. No acabo de comprenderla.
___ ¿También a ti o te integraste finalmente?
___ Nunca me he sentido solo pero desde hace mucho me he percibido distinto a los demás. Distinto, aclaro. No mejor ni peor. Ese sentimiento se ha exacerbado con los años. En torno a mí había personas con intereses muy distantes de los míos. He dicho que en la preparatoria y en la universidad me topé con los típicos mirreyes, y aunque mi apariencia podría confundirse con la suya, mis gustos y mis preocupaciones no tenían nada que ver con los suyos. Ese grupo, que no sé cómo denominar, digamos que la clase media o media-alta del sur de la Ciudad de México, me parece tan inescrutable como a ti.
___ Detállalo…
___ Aunque hay excepciones, diría que en general mis círculos sociales inmediatos estaban formados por personas poco informadas, a las que la lectura les interesa muy poco, a las que sólo les importa hacer dinero.
___ Mejor nos hacemos sastres. O escritores.
Daniel Krauze ya está en eso.