Cuando imaginamos el día a día durante la infancia solemos pensar en carreras, gritos y juegos, en una vitalidad y dinamismo que los adultos recordamos con cierta nostalgia. En los patios escolares, en los parques, en las calles, niños y niñas en movimiento, reticentes a estarse quietos o volver a casa.
Sin embargo, hace tiempo que las alarmas se han encendido. Esta imagen idealizada de la infancia parece no corresponderse con la realidad diaria que viven nuestros hijos e hijas. Las calles y plazas de pueblos y ciudades nos gritan a través de su silencio y los investigadores nos advierten de un descenso del tiempo de juego y movimiento, de horas y horas frente a pantallas diversas, de jornadas escolares interminables porque permanecen sentados en el pupitre. ¿Se está desdibujando ese espacio infantil? ¿Impide la escuela que los niños y niñas se muevan lo que necesitan?
Para responder a estas preguntas, The Conversation, ha medido la actividad física cotidiana de 126 escolares de 10 años (aproximadamente el mismo número de niños y niñas) de cuatro escuelas de Educación Primaria de la ciudad de A Coruña. Para ello, los participantes llevaron una pulsera de actividad (un acelerómetro) que registró sus pasos durante una semana completa.
¿Cuánta actividad física necesitan?
Para tener una referencia de cuánta actividad física deben realizar en estas edades se ha recurrido a las recomendaciones de las agencias internacionales de salud y a los expertos en evaluación objetiva de la actividad física cotidiana en edades tempranas. Aunque en algunos casos se ofrecen umbrales distintos para niños y niñas, se acepta la cifra de 13 mil pasos como el número mínimo a realizar diariamente.
Según nuestros resultados, los niños monitorizados quedan lejos de alcanzar los pasos recomendados y, por lo tanto, no se mueven lo suficiente para desarrollarse de forma sana y equilibrada. La media de pasos semanales está próxima a los 9 mil, casi 4 mil pasos por debajo de los mínimos recomendados.
La escuela, ¿una ayuda o un problema?
Para valorar el papel de la jornada escolar sobre la actividad de la infancia se compara la actividad física realizada durante los días de clase (de lunes a viernes) con los fines de semana (sábados y domingos). Los resultados favorecen a los días de clase, con una media de 9 mil 600 pasos frente a menos de 7 mil durante los fines de semana.
La imagen idílica de una infancia jugando libre y plena de actividad durante los fines de semana choca frontalmente con los modelos urbanos actuales y con los hábitos y disponibilidad de los adultos. En estas edades, el tiempo de ocio de los más pequeños depende casi exclusivamente de la disponibilidad de los adultos.
El resultado son fines de semana con una actividad muy reducida, casi la mitad de lo recomendado para estas edades. ¿Qué hace la infancia durante este tiempo?
¿Hay diferencias entre niños y niñas?
La práctica de actividad física es uno de los ámbitos donde existe una brecha de género a favor de los hombres en casi cualquier etapa vital. La diferencia también se mantiene en la infancia: los datos de este estudio indican que, tomando como referencia los siete días de la semana, los niños dan 2 mil 100 pasos más que las niñas.
Esta diferencia asciende hasta los 2 mil 400 pasos los días de clase. Solo durante los fines de semana, cuando la actividad física está más condicionada por los ritmos familiares, esta diferencia no es significativa y se reduce a 900 pasos menos para las niñas.
Una infancia inmóvil
La escuela tiene que mejorar sus dinámicas para favorecer el juego y el movimiento de los alumnos para contribuir en mayor medida a alcanzar los niveles saludables de actividad física.
A pesar de ello, acudir a clase y adaptarse a las rutinas escolares implica más actividad física que un fin de semana de tiempo libre: las familias deben también realizar un esfuerzo para ser más activas y ayudar así a reducir la gran brecha existente entre lo que necesita moverse la infancia y lo que realmente se mueve.
Si la situación es preocupante para la infancia en general, las niñas son un colectivo especialmente vulnerable, con menor práctica de actividad física que los niños y más dificultades para alcanzar los niveles deseables (y saludables) de movimiento.
Sí, la infancia se está deteniendo. Les estamos dejando sin tiempos ni espacios para moverse.