Jesús Gómez, "El Tanque", observa mientras ocho hombres y una mujer sentados en círculo bajo un intenso sol rompen con martillos y cinceles decodificadores de televisión por cable Motorola en la calle, en la colonia Renovación de la delegación Iztapalapa.
Trabajan al ritmo de música banda, extrayendo fragmentos de cobre, metal y circuitos. Gómez encontrará compradores para todo. Vuelan trozos de metal y plástico y en el aire hay polvo que sabe a metal.
La basura parece llegar constantemente, parte de ella de la Ciudad de México y otra de mucho más lejos. El hermano más joven de Gómez y su socio, Genovevo, señala unas impresoras Epson. Son de Texas, dice; los Gómez han comprado docenas de camiones de desechos electrónicos provenientes del norte de la frontera en los últimos dos años. "Los gringos lo tiran", dice Genovevo. "Nosotros hacemos el trabajo sucio".
Esa es la esencia de Renovación, una colonia de 15 mil habitantes de medio kilómetro cuadrado. En cada uno de los talleres, sin licencia de operación, adultos y adolescentes desguazan impresoras, monitores y computadoras. Plumas de humo acre se elevan hacia el cielo desde pequeñas fogatas en terrenos baldíos, en donde durante toda la noche la gente quema los cables para quitarles el recubrimiento y obtener el cobre.
Jesús, Genovevo y su hermanito, Alfredo, se metieron en el negocio de basura electrónica porque todo el mundo parecía estar haciéndolo en Renovación. "Empezamos comprando 50 kilos", dice Jesús. Su tienda no tiene licencia ni nombre, pero todo el mundo la reconoce como el taller del Tanque. Hoy es uno de los negocios más grandes de la colonia y procesa 100 toneladas al mes.
UN TRABAJO PELIGROSO
Cuando se destruye un televisor se corre el riesgo de liberar plomo en el aire. Cuando se abre una pantalla plana de LCD se puede liberar vapor de mercurio. Los móviles y las computadoras pueden contener metales pesados peligrosos como cadmio. Las reglas de seguridad laboral tanto en México como en EU requieren que los negocios de basura electrónica den a sus trabajadores equipo de protección, como visores, cascos y máscaras. En Renovación hay poco de eso. En la tienda de Tanque, las manos y la ropa de los trabajadores están cubiertas de un brillo aceitoso; algunos tienen cortadas cubiertas de suciedad.
Lupita Barajas, quien trabaja para los hermanos Gómez desde hace cinco años, hace una pausa en su labor de extracción de cobre de uno de los decodificadores. Dice que se dedica a esto porque el trabajo paga bien. Lleva tres horas sentada bajo el sol de verano en la calle, retirando el acero y el plástico con su martillo. Está visiblemente cansada. Al principio, el trabajo hace que te duela el cuerpo, dice, y los vapores te dan dolor de cabeza. "Pero está bien, me gusta ganar mi propio dinero".
Los Gómez tienen 21 personas trabajando para ello; no dan las prestaciones de ley. Barajas gana mil 500 pesos a la semana en promedio, casi el doble que los 800 pesos que ganaría en una fábrica. "Eso es lo bonito de esto", dice Jesús. "¿Por qué prefiere la gente hacer este trabajo en lugar de trabajar en una fábrica o en un lugar más seguro, quizá? Porque paga mejor".
EN OTROS LUGARES NO EXISTIRÍA
En buena parte del mundo, un lugar como éste no existiría, y no solo porque los dueños de negocios no podrían tener a personas trabajando para ellos en esas condiciones. Veinticinco estados de EU y Washington, D.C. tienen leyes que establecen responsabilidad extendida del productor (EPR por sus siglas en inglés). Eso significa que los fabricantes de electrónicos deben recolectar, reciclar y desechar equipo descartado en lugar de permitir que se junte con el resto de la basura. Partes de Europa también tienen este sistema.
Los fabricantes no hacen este trabajo. Normalmente un estado, un condado o una ciudad establece un programa de recolección y empresas de reciclaje se llevan la basura. Los fabricantes pagan parte del costo del servicio o todo. La basura electrónica puede venir de cualquier lado. Apple, por ejemplo, no es responsable específicamente de recolectar iPhones y iMacs; su obligación es expresada en kilos de basura electrónica no diferenciada.
Cuando los precios de las materias primas suben, los negocios de reciclaje trabajan por una pequeña cuota o incluso de forma gratuita pues pueden conseguir buenos precios por los metales. Cuando las materias primas bajan, como en los últimos años, los recicladores privados exigen que se les pague más.
Muchos gobiernos locales no tienen el dinero requerido así que recortan o cierran estos programas. En consecuencia, los niveles de reciclado de desechos electrónicos están bajando en la mitad de los estados con leyes EPR, según datos del Centro Nacional de Reciclaje de Productos Electrónicos.
En México, la responsabilidad extendida del productor nunca pudo hacerse realidad. La ley no se centra en los fabricantes sino en los grandes consumidores empresariales, a los que se les pide tener un plan de manejo de desechos. Esto significa que tienen la obligación de firmar un contrato con una empresa de reciclaje con licencia para que se lleve su basura electrónica. Las compañías de reciclaje tienen la obligación de procesar los desechos de forma segura, pero de hecho, muchos de ellos acaban en la colonia Renovación. Los decodificadores que son desguazados en el taller de Tanque provienen de un importante proveedor de televisión por cable. Gómez pagó una cantidad mínima por ellos. "Se deshacen de la basura y me llega a mí".
LAS AUTORIDADES, SIN COMENTARIOS
En la secretaría de Medio Ambiente, Cuauhtémoc Ochoa dice que no tiene comentarios sobre la basura electrónica acumulada en Renovación. Como subsecretario de fomento y normatividad ambiental, Ochoa es responsable de asegurarse que las empresas presenten sus planes de manejo, pero no tiene nada que ver con asegurarse de que las empresas trabajen con negocios de reciclaje que hagan su trabajo como es debido. Esa es tarea de otra división de la secretaría o quizá del gobierno de la ciudad. Afirma que lo que pase en la colonia Renovación no es su responsabilidad y que incluso si estuviera al tanto no podría hacer nada al respecto.
Nadie en el gobierno ni fuera del gobierno está haciendo algo al respecto del manejo de los desechos electrónicos, dice Dione Anguiano, delegada en Iztapalapa. Agrega que no ha conseguido que los gobiernos de la ciudad o el federal limpien la colonia Renovación y la vuelvan segura para la gente que vive allí. "He intentado hacer algo para ayudar a la gente, para cambiar esta terrible situación", dice. "Nadie quiere hacer nada".
Lourdes López, quien en 2012 obtuvo un escaño en el Congreso con el Partido Verde, pasó los tres años de su diputación intentando hacer que los fabricantes internacionales de productos electrónicos ayudaran a cubrir el costo del manejo de la montaña de desechos electrónicos de México. "Enfrentamos mucha resistencia", dice, con un gesto de hastío. Cabilderos se reunieron más de 60 veces con los legisladores y trabajaron en las regulaciones. La secretaría de Hacienda se negó a apoyar y revisar la legislación que López propuso, citando los argumentos de los fabricantes de productos electrónicos de que costaría demasiado. El proyecto de ley fracasó.
La falta de una industria de reciclaje formal y regulada es una de las muchas razones por las que México se ha convertido en un imán de electrónicos usados. Los desechos son un negocio opaco al que se da poco seguimiento, pero la Comisión Internacional de Comercio de EU concluyó en un estudio de 2013 que México es el primer importador de electrónicos usados y descartados de EU y recibe casi 129 mil toneladas al año.
DESDE TEXAS
La basura electrónica llega a México por muchos caminos. El que los hermanos Gómez puedan contar con un flujo constante de desechos de Texas podría deberse a que el estado tiene una de las leyes de EPR más laxas de EU. Fue redactada en gran medida por Dell, el fabricante de computadoras con sede en el estado.
Dell empezó a reciclar en el año 2000, lo cual la convirtió en pionera en la industria, y en 2004 estableció un programa nacional de reciclaje de desechos electrónicos junto con Goodwill Industries que ha recolectado 210 mil 466 toneladas métricas de electrónicos usados. Pese a ello, los ejecutivos de Dell ayudaron a los legisladores de Texas a redactar una ley que no obligue a otros fabricantes a seguir su ejemplo. El proyecto de ley, aprobado en 2007, sólo propone que los fabricantes de productos electrónicos ofrezcan una forma de reciclar sus productos, por ejemplo publicando una dirección a la que un consumidor puede enviar un equipo usado por correo.
Desde entonces Dell ha ayudado a otros ocho estados a redactar una legislación sobre desechos electrónicos similar a la de Texas, conocida informalmente como las leyes Dell. "Creemos que debe haber flexibilidad para organizar la recolección y reportar lo que llega", dice Beth Johnson, gerente de programas legislativos y de cumplimiento de la empresa para Estados Unidos. "Texas es la ley modelo que apoyamos".
California todavía tiene un sistema que funciona, financiado por cuotas cobradas en los puntos de venta de todas las computadoras y televisores vendidos en el estado. No obstante, los californianos producen más basura electrónica que lo que el sistema recolecta y procesa, y el excedente suele enviarse a México. Llega por camión y por barco, y también por el más humilde de los medios: un flujo constante de personas conocidas como "hormigas contrabandistas". Hombres y mujeres cruzan todos los días a Estados Unidos para encontrar productos electrónicos para reparar o vender o de los cuales extraer cobre, aluminio y oro.
Las "hormigas" son una parte productiva del ecosistema de productos electrónicos usados, y extienden la vida de las cosas que los estadounidenses descartan. No obstante, a la larga todo deja de funcionar y es ahí cuando hombres como Genaro Hernández intervienen. Recorre las calles de Tijuana en sus camionetas y lleva la basura que encuentra o compra a su casa en la cima del barrio más alto de personas de escasos recursos en Tijuana.
En su patio las montañas de basura electrónica llegan a la altura de su pecho. Dos camionetas están cargadas con lo que consiguió ese día: monitores de televisores LG y computadoras HP. Hernández se sienta en el techo de su casa con un machete oxidado con el que destroza una cubierta de monitor. Desguaza 100 computadoras y unas 25 pantallas al día para vender lo que tiene valor: pedazos de aluminio, acero, cobre o circuitos impresos, que contienen pequeñas cantidades de oro. "Nunca dejan de llegar cosas", dice. Hernández tiene una persona que le compra los circuitos impresos y los trae a la Ciudad de México para venderlos en Renovación. "No sé por qué, pero todo parece regresar allí", dice Hernández.
LA PUERTA TRASERA
En Renovación, los hermanos Gómez se centran también en los circuitos impresos. Para extraer el oro se requiere un horno de fundición especial, que no existen en México. Cada mes se mandan cargamentos de circuitos impresos desde México a fundidoras en Japón, Hong Kong, Suecia y Bélgica, de acuerdo con los registros de comercio de México. Otros se mandan a Estados Unidos por camión.
Los empresarios de desechos electrónicos de Renovación suelen venderle a una compañía de Texas llamada Techemet, que opera un horno de fundición en Pasadena. Una familia de Sudáfrica fundó Techemet a finales de los años 80 para fundir convertidores catalíticos usados de automóviles y extraer el paladio. Hace tres años, se expandió a la basura electrónica y envío a Lázaro Rodríguez, encargado de una bodega en Monterrey, en busca de circuitos impresos. Rodríguez abrió un centro de compra en Renovación.
Llama a sus clientes deshuesaderos. "Todos son informales", dice. Este año enviará 80 toneladas de circuitos impresos al mes desde México, principalmente por camión, para ser fundidos en el horno de Techemet. La compañía vende el oro recuperado a joyerías y dentistas; una tonelada de circuitos impresos puede producir 933 gramos (30 onzas) de oro, que valen 39 mil dólares a los precios actuales.
Cuando los hermanos Gutiérrez no le venden a Techemet, suelen recurrir a un depósito grande administrado por un hombre apodado El Chava, quien, se dice, vende a compradores más grandes de China y Estados Unidos. (Chava, quien no proporcionó su nombre completo, se negó a hacer comentarios). Su negocio, del tamaño de una cancha de basquetbol, está lleno de costales con cobre, aluminio y circuitos impresos que llegan a una altura de 12 metros. Algunas veces se ve a hombres cargar estos sacos por las calles de Renovación. En un día de junio, Chava pagaba 250 pesos por kilo por circuitos impresos, 77 pesos por cobre, 15 pesos por aluminio y 6 pesos por plástico. Un hombre con un rifle AR-15 hacía guardia mientras máquinas elevadoras colocaban los sacos de 1.80 metros de alto en un camión.
Los hermanos Gómez reconocen que su negocio conlleva ciertos riesgos. Admiten que algunos trabajadores se enferman, pero no por mucho tiempo. "Es como si hubiéramos desarrollado antivirus por trabajar en esto por tanto tiempo", dice Genovevo, apuntando a las cicatrices en sus brazos.
Alguien tiene que hacerlo, dice Jesús y aquí nadie se interpone. Los estadounidenses descartan 700 millones de productos electrónicos al año. "Es como el mejor restaurante de la ciudad, que tiene una parte trasera en donde pasan cosas que los clientes no quieren ver", dice. "Nosotros somos esa parte trasera. Somos los que hacemos el trabajo sucio".