Leon Opalin

Ángela Merkel. El fin de una era

La canciller de Alemania anunció en 2018 que no gobernaría después de 2021, señala León Opalín.

Después de 16 años al frente del gobierno de Alemania, la canciller, Ángela Merkel, como se conoce al jefe de gobierno en ese país supone un récord de duración en una época en la que la inestabilidad ha marcado la política mundial. Ningún líder europeo ha estado más tiempo al frente del gobierno y ninguno ha sorteado tantas crisis como ella, hasta el punto de que se convirtió en una de las figuras más reconocidas en la escena global.

Ciertamente, en sus 16 años en el cargo enfrentó una crisis tras otra: un colapso del sistema financiero mundial en 2018, las amenazas de disolución de la Unión Europea, la gran ola migratoria hacia Europa y la pandemia del Covid-19.

Sus admiradores valoran su serenidad y pragmatismo ante los grandes desafíos y haber sido capaz de mantener la voz de la sensatez en un mundo caracterizado por la polarización y los liderazgos estridentes. Sus críticos le reprochan un excesivo conservadurismo y no haberse atrevido con las reformas que necesita la industria de Alemania para conservar su posición en un mundo cada vez más digital.

A los 51 años de edad, Merkel, doctora en química cuántica formada en física, que creció bajo el régimen comunista en Alemania oriental, se convirtió en canciller de su país. En el 2005 el presidente del Parlamento alemán, Norbert Lammert, anunció el 22 de noviembre de ese año el resultado de la votación entre los parlamentarios alemanes, quien expresó “querida Merkel, eres la primera mujer elegida para ser jefe de gobierno en Alemania. Una fuerte señal para las mujeres y claramente para algunos hombres”, tras un largo mandato, la canciller anunció en 2018 que no buscaría una quinta elección para gobernar más allí de 2021.

El “fin de la era Merkel” fue calificado por la consultora Eurasia como uno de los principales riesgos para el continente en 2021. Eurasia señaló que sin las habilidades políticas de Merkel, la Unión Europea se habría enfrentado a una división interna sin precedentes, con Polonia y Hungría por un lado y los otros 25 estados miembros por el otro; también estuvo en riesgo la unidad de Francia y Alemania, con sus puntos de vista opuestos sobre el futuro de Europa. Asimismo, Eurasia considera que la recuperación económica del continente se hubiera suspendido con mucha mayor presión sobre el Banco Central Europeo.

En este contexto, el sociólogo Ulrich Beck, quien falleció en 2015, expresó que el estilo menos conflictivo ayudó a Merkel a la posición del máximo líder de Europa. Su forma de hacer política sin demostraciones innecesarias de fuerza ni conflictos directos llevaron a Merkel a lograr sus objetivos.

Por su parte, el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Libre de Berlín, Gero Neugabauer, menciona que, además que tener que navegar en un entorno político en el que todas las redes de contacto son mayoritariamente masculinas, Merkel entró en la política fuera del sistema democrático, cuando Alemania aún estaba dividida entre una zona de influencia soviética y otra de influencia occidental.

Con la caída del muro de Berlín y la reunificación a partir de 1990, el partido de Merkel formado originalmente en Alemania del Este, donde vivía, fue incorporado por la Unión Democrática Cristiana (CDU), donde ascendió gracias a sus dotes políticos. Neugebauer afirma que con el tiempo, ya canciller Merkel, recibió el sobrenombre de “Mutti” algo así como mami en alemán, una palabra cuya interpretación en el contexto de la política alemana es más compleja. Mutti es la que hace desaparecer los problemas, la que protege. Es la que se ocupa de los problemas de la forma que la mayoría juzga adecuada. Un término que se usa generalmente con respeto. Sin embargo, Neugebauer menciona que llamar “mami” a un líder político es de mala educación, a pesar de reconocer que la palabra trae una idea positiva, de “hacer trabajar sin mucho alarde”. Por lo general son los hombres que la llaman “Mutti”. Y no es justo, porque ella es mucho más que eso. Es una líder extremadamente exitosa, con mucha experiencia. Lo cierto es que el estilo único de Merkel le ha permitido abordar temas delicados para cualquier político sin dañar necesariamente su figura pública.

El partido de Merkel en tres de los cuatro mandatos no tuvo la mayoría en el Parlamento y tuvo que gobernar con una gran coalición, cambiando a menudo su perspectiva en relación a ciertos asuntos. Uno de ellos fue en el tema de la energía nuclear, en 2011, después del tsunami del Pacífico y el desastre nuclear de Fukushima, Japón, Merkel dió un paso atrás en la que era su posición y se comprometió a eliminar las 17 plantas nucleares de Alemania para 2022. Y no solo eso, lanzó una política más agresiva para cambiar el perfil de la matriz energética de Alemania, más enfocada en el uso de modalidades renovables, especialmente solar y eólica. En los últimos años Alemania ha batido records en el uso de energía renovable: en 2020, representó el 46.0% de la energía utilizada, un alto porcentaje para un país sin grandes centrales hidroeléctricas y hasta entonces bastante dependiente del carbón.

Un punto sobresaliente en diferentes mensajes de Merkel es su lucha contra el antisemitismo y la aceptación de la culpabilidad de Alemania en el exterminio de los judíos. Su discurso ha seguido el principio rector de que la memoria y la responsabilidad en el Holocausto no tienen fin. “La historia tiene que ser contada una y otra vez”. La responsabilidad de Alemania siempre será parte de la identidad nacional y nunca terminará.

No es simple retórica advertir sobre nuevos delitos de intolerancia en la actualidad. Hoy día existen de nuevo racismo y crímenes de odio. El antisemitismo amenaza la vida judía en Alemania y Europa “Nunca debemos olvidar, nunca puede haber borrón y cuenta nueva”.


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