Los trabajos y los días de la IVT se complican. Y los desplantes de optimismo del presidente, apoyado en sus datos y sus métricas, poco pueden hacer para modificar significativamente las señales duras y rudas de la realidad. Económica, sin duda, pero también social y su coronación en las relaciones políticas.
Una vez conformada la nueva Cámara de Diputados, junto con los acomodos y reacomodos obligados en los otros órdenes de gobierno, el mapa empezará a adquirir la densidad de las otras dimensiones que dan sentido a las relaciones y contradicciones del poder.
Por ahora el silencio habita en el Congreso de la Unión, donde al parecer las principales fuerzas políticas cultivaron ilusiones de algún regreso a formas y modos de entendimiento sigiloso y simbólico, aunque con consecuencias materiales tangibles, a partir de la geografía que se gesta en los órganos representativos. Si bien colegiados, no ha quedado claro todavía, una vez terminada la tarea de la Legislatura LXIV, qué tan representativos han sido los órganos, debida cuenta de que ahí debería ‘cocinarse’ cotidianamente la soberanía popular a través de las deliberaciones y decisiones de los diputados y senadores.
La democracia debe defenderse a diario y, una y otra vez enfrentarse al autoritarismo, como proyecto o como pulsión. Y no solo conjeturalmente sino a través de medidas y políticas con implicaciones y vinculaciones efectivas. Democracia y autoritarismo son los verdaderos polos de nuestro drama, evitar que se vuelva tragedia es, debe ser la tarea de toda política, democrática y formal, así como de colectivas movilizaciones en las que se expresa una voluntad popular de hegemonía que los malos modos de la IVT han derogado como misión primordial de la política deliberativa.
El de la representatividad se ha vuelto una cuestión abierta que el Ejecutivo quiere ‘resolver’ con demoliciones de edificios necesarios para dotar de materialidad institucional al reclamo democrático. Por eso hay que insistir en que como método para despejar la ecuación de una representatividad abollada y, sobre todo, para hacer avanzar al país con transformaciones estructurales sustanciales, que ‘reformen las reformas’ y le den a la sociedad mejores perspectivas y expectativas de buen vivir y desarrollo, el camino escogido por el gobierno de amputar y derruir es inaceptable.
El nudo ciego de la economía no podrá destrabarse con maniobras y ocurrencias del ‘ingenio’ y la (des)memoria. Entender que sin inversión no hay empleo que dure, ni bienestar que aguante el embate de las restricciones y las carencias materiales. Pero, sobre todo, asumir de una buena vez que, sin pactos, de alcance y profundidad considerables, no habrá esfuerzo común del Estado con la sociedad ni economía mixta de los sectores público y privado. Seguramente habrá pasmo inversor y desazón laboral y proletaria, también descrédito del poder constituido como eje de procesos reconstructivos capaces de abrir las puertas del desarrollo.
Sin referencias claras y creíbles no hay concertación pública y privada; tampoco concierto social necesario para recrear la necesaria confianza en el Estado y las pautas de evolución que sus gobiernos puedan proponerle a una ciudadanía golpeada y fatigada. Dejar el insensato cultivo de las polarizaciones y enfocarnos en la reconstrucción de nuestros panoramas y escenarios político-económicos es lo que a México le urge y que millones de votos expresaron.