Con inusitada moderación recibimos la noticia de que la economía pierde dinamismo, que las proyecciones de Hacienda y de consultores privados no se cumplirán, que 2022 puede ser más difícil que lo supuesto, que no se abrirán mayores espacios para que los miles de mexicanos que necesitan trabajo formal puedan tener uno y, en general, que el conjunto productivo y económico seguirá desplegando sus férreas tendencias a reproducir una heterogeneidad tecnológica y productiva.
Heterogeneidad convertida en trampa de pobreza, que se extiende y acosa territorios que, como el norte y parte del Bajío, parecían listos para engancharse productivamente a la recuperación americana, ahora sometida a ominosas conspiraciones políticas montadas por el trumpismo y asociados.
El panorama puede ser calificado como desolador, sobre todo si le damos un valor político-económico y una reserva gubernamental al silencio público que uno esperaría estuviera presente en el virulento litigio (re)abierto por el presidente en contra del INE, pero, no es el caso.
Ni los acontecimientos en los frentes de la salud o las vacunas, ni las caídas sucesivas de la economía, ni lo que parece una abierta ‘huelga de inversiones’, que el gobierno no parece dispuesto a contrarrestar con medidas prontas desde el flanco fiscal, parecen perturbar la calma navideña de la que hace gala el gobierno. Nos enfilamos a otro año que tendrá poco de nuevo y bueno.
El Estado y sus órganos colegiados representativos ya deberían estar identificando las fuerzas que, sin previo aviso, podrían tornarse recesivas. Y, sobre todo, listos para montar acciones contracíclicas que aminoraran los primeros impactos de un desempeño económico peor que el esperado. La falta de previsiones y de acciones pueden probarse pecados capitales en esta temporada de buenos deseos.
Con esta entrega suspenderé un par de semanas mis colaboraciones semanales. Con el deseo de que 2022 no sea tan malo, como los datos parecen indicar, y que haya salud.