Rolando Cordera Campos

De cambios e inconclusiones

Los mexicanos requerimos sacudirnos esa especie de aceptación inercial de la desigualdad que nos ha llevado a vivir en medio de tantas carencias y vulnerabilidades.

La marcha del domingo 13 sacó a la vista de todo el que quiera verlo que, contra toda apuesta, se mantiene un talante ciudadano, si se quiere incipiente, entre los mexicanos. Un ánimo que puede ir más allá de la diatriba y el enfrentamiento. Una fuerza plural que se ha podido ir construyendo tras años de allanar el camino hacia la democracia. Renovaciones democráticas que, es necesario seguir insistiendo, requieren hacer parte de sus demandas a la olvidada cuestión social.

Las desigualdades y las pobrezas siguen siendo los grandes faltantes de nuestro largo camino democrático; lo son, sin duda alguna, por su magnitud y su duración, pero también por sus implicaciones en nuestro frágil tejido social y nuestra economía política. Reto mayor para la política que, insistimos, queremos democrática.

Recordatorio machaconamente cotidiano de nuestros olvidos, rasgo fundacional la desigualdad ha devenido en muralla estructural que condiciona todas nuestras relaciones que conforman y deforman la trama de nuestros intercambios.

En medio de una crisis que sigue sin presentar contornos claros, es imprescindible no dejar de insistir: la desigualdad debe estar en el centro de nuestras deliberaciones, ciertamente económicas, pero también de nuestros intercambios políticos y dilemas éticos.

Los mexicanos requerimos sacudirnos ya esa especie de aceptación inercial de la desigualdad, ese rasgo cultural inaceptable que, como sociedad, nos ha llevado a vivir en medio de tantas carencias y vulnerabilidades como si de cosas dadas se tratara.

Para avanzar, en forma y fondo, hacia la consolidación de la democracia es imprescindible superar la pobreza y la desigualdad, condición necesaria para que los gobiernos y la política renueven su legitimidad y la democracia misma concite la participación y el apoyo de la comunidad. Tender hacia una sociedad igualitaria, una economía sostenible y en crecimiento, y una institucionalidad política asentada en la vigencia del Estado constitucional de derecho son pasos obligados. Poner en primerísimo lugar de la agenda nacional al empleo como objetivo central y articulador de una estrategia para la expansión con y para la igualdad.

Sin crecimiento económico no hay excedentes que puedan convertirse en recursos públicos que sean destinados a incrementar el gasto del Estado, tanto en inversión como en el gasto corriente, esencial para el bienestar y la seguridad, así como para inversiones en infraestructura que tan falta hacen.

Para salir ya del círculo de enfrentamientos México requiere de mucha y buena política; dirigir las fuerzas para consensar un nuevo pacto que ordene nuestra convivencia, un acuerdo articulado por el compromiso de todos con la justicia social.

Repensar y enderezar nuestro desarrollo es fortalecer nuestro régimen democrático, tal y como reiteradamente lo han propuesto el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo y el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, es reconocer la democracia constitucional como marco desde el cual emprender las reformas necesarias.

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