Lecciones debe haber muchas, como también una historia, aunque fuese provisional, de un largo fin de régimen: el que emergiera de la Revolución Mexicana y se afirmara como sistema político presidencial y autoritario por muchas décadas.
De eso hablamos y tenemos que seguir haciéndolo, porque una buena parte de lo que hoy está en juego es, precisamente, poder entender con cierta claridad las coordenadas mínimas para evaluar nuestros desempeños y poder adelantar nuestras perspectivas y miradas para el futuro. “Cambio de régimen” nos dicen los exegetas, pero no arriesgan nada, no van más allá para trazar un trayecto, los tiempos, las estaciones.
Para mi sorpresa y mayor preocupación, una buena parte de la crítica al actual gobierno se ha reducido a ser una lección de urbanidad al presidente. “Educando a Papá” con Pancho y Ramona, en las inolvidables caricaturas del Excélsior. Se asumió, sin tener consideración por el tiempo y menos por el detalle, que uno de sus propósitos era la construcción de un presidencialismo popular, que centralizase el poder otorgado en las urnas por la ciudadanía y permitiera llevar adelante iniciativas de gobierno y cambio que el Presidente bautizó, desde su campaña, como una “cuarta transformación” de la vida pública en México, cuya impronta sería su componente popular, originado en un “pueblo” cuyos alcances, contenidos y profundidades, quedaban a ser definidos y determinados por el propio presidente.
Cómo se llegó a este momento de una democracia que muchos veíamos como algo afirmado, en qué momento dejó de ser preocupación central de analistas, sociólogos, historiadores y desde luego politólogos. “Politicólogos” insistiría Arnaldo Córdova, que debían ser eso, para no olvidarse de la historia y la estructura como pilares indispensables de cualquier ensayo político sobre el presente.
Sin referencias claras y precisas, robustas dirá algún exigente, sobre estas dos dimensiones, el análisis se queda corto y el juicio trunco; así, se reeditan análisis y críticas del pasado, a lo que otorgan actualidad folklórica las ocurrencias y juicios aventurados y desventurados a que se ha dado el Presidente con cada día mayor intensidad en los últimos años.
¿Qué razones llevaron a tantos mexicanos a votar en 2018 por López Obrador? ¿Por qué se mantiene tan alta su aprobación frente a sus escasos y discutibles resultados? ¿Por qué gana en el Estado de México, por interpósita persona, pero en un indudable contexto plebiscitario planteado por él mismo desde el arranque de la campaña por la gubernatura? Interrogantes que no es posible responder simplonamente argumentando, por ejemplo, un cobarde abandono político del gobernador saliente o, peor aún, como las constantes, aunque pudibundas referencias a un “pueblo” ignorante y pobre que aprueba y se contenta con las transferencias monetarias otorgadas.
Esto estuvo y, qué duda cabe, estará en la contienda electoral por la presidencia y el Congreso, pero de poco sirven si en verdad se trata de entender nuestro contexto. Tanto, que fue el propio López Obrador quien con sorna y poco respeto hizo referencia al célebre “estilo personal de gobernar” que le diera gran popularidad en el mundo político al reconocido historiador Daniel Cossío Villegas.
Alguna vez, por las rebeliones juveniles de Chicago y la brutal represión policiaca que le siguió en 1968, dicen que el gran internacionalista Morgenthau confesó: quizá dedicamos demasiado tiempo a decirle la verdad al poder; demasiado “speaking truth to power” cuando los ciudadanos, en particular los jóvenes, huían del reclutamiento o se enfrentaban a los guardias para ser golpeados o encarcelados.
Lo que importa es tener una idea de los recovecos del poder; cómo va a relacionarse el Presidente con una ciudadanía, en efecto, cada día más demandante, diversa y dispersa; cómo van él y sus correligionarios a vincularse con sus atribulados y extraviados opositores; con sus consocios del capital y del propio poder político, son interrogantes abiertas.
Las lecciones de ayer son las cosas del querer y del no saber de hoy. Quien debería tener la palabra es el Presidente.