El recuento diario de crímenes, personas desaparecidas, conflictos agrarios provocados en su mayoría por nostálgicos de la hacienda, etcétera, etcétera, es aplastante. Condiciona nuestro modo de vivir, tanto colectivo como individual. Un mundo raro, cantaba ayer José Alfredo Jiménez, hoy la filósofa Judith Butler (se) pregunta ¿Qué mundo es éste? (Fenomenología y pandemia, México, Taurus, 2023).
Desde luego, no es el mundo de la comunidad añorada por los neorománticos que de un solo golpe buscan revertir, o pervertir según se vea, no sólo la educación, sino también las reglas y procedimientos democráticos tal y como los conocíamos. Qué decir de la (in)seguridad social y la (des)atención a la salud, por no mencionar a la economía que no está excluida de las tareas a cargo de los encargados de la demolición, a pesar de la fe y el fervor con los que la coalición gobernante a la que se afilian la ha recibido y adoptado.
Sin duda la pandemia trastocó sentires y cimientos, dejó a la intemperie desigualdades, pobrezas materiales y morales, múltiples violencias larvadas en la sociedad, racismos de toda laya, mesianismos todopoderosos. Así las cosas, el pregonado tránsito hacia una normalidad postpandémica parece tener como horizonte el extravío. De aquí lo resbaloso y riesgoso de la circunstancia en la que los mexicanos habremos de configurar o reconfigurar los poderes del Estado, empezando por el Ejecutivo, pero sin dejar fuera al Legislativo y al Judicial.
De cara a la más grande elección de nuestra historia, según se ha dicho, parece que no acabamos de dar cuenta de unas perspectivas nubladas por la acumulación de furia, agravios, enconos y frustraciones.
Mientras el clima enardecido que se ha impuesto sobre la disputa por la presidencia merodea nuestros límites a la violencia y la agresión, absurdamente ningún actor político parece prestar la atención necesaria a lo que podría ser el foro más promisorio, en realidad el único, de las jornadas electorales que tendremos. De hecho, tanto la composición como el perfil del Congreso de la Unión, junto con otros congresos locales como el de Jalisco o Nuevo León serán instituciones cruciales para, habiendo pasado la jornada electoral y bajo el supuesto de que la sangre no llegó al rio, revisemos con rigor y seriedad el “estado del Estado”, tras el paso de está insólita transformación cuarta que, si en algún lugar tuvo efectos graves, fue precisamente en el daño a los órganos representativos y, en primer término, a la presidencia de la República.
Con un Estado golpeado, deteriorado y pobre, al que se le han dañado tendones vitales, no es posible que el nuevo equipo de gobierno pretenda zarpar con rumbo conocido. Qué tripulación estaría dispuesta a navegar en una nave sin derrotero ni recursos para afrontar el oleaje que casi fatalmente se producirá cerca y frente a nuestras costas.
Para aspirar a vivir de otra manera, digamos que menos hostil e insegura, es imprescindible encarar la inicua desigualdad que, con todo y la 4T, nos sigue definiendo como sociedad y como Estado nacional. Tenemos que repensarnos como comunidad, reconstruir(nos) a partir de acuerdos fundamentales, como los quería el gran liberal Mariano Otero. Ser capaces de generar un nuevo imaginario, como señala Judith Butler, que tenga a “la interdependencia, la solidaridad social y la crítica revolucionaria” como principios.
Lo que tenemos enfrente como comunidad “imaginaria”, me parece, es acometer en serio aquello que terminó por ser una de las obsesiones del amigo Porfirio Muñoz Ledo: la redefinición y reconstrucción del Estado, identificando lo que vale la pena conservar y reconstruir lo que democráticamente acordemos sea necesario.
No es poco lo que está en juego; ser capaces de valorar la democracia como sistema, como forma de vida pública y como marco para los intercambios, no es cuestión menor. Como tampoco lo es tener una economía que, con todo y sus desviaciones, tiene ganas y activos para aventurarse a surcar mares y buscar ensenadas y golfos de refugio.
El país, la sociedad, la economía no pueden esperar demasiado, pero tampoco ser presas de apresuramientos y talantes corrosivos. Recuperar la meditación y el ánimo reflexivo debería ser tarea de todos. En los negocios y la academia; desde luego en la política y en el ejercicio del poder.