Debemos admitir que, en gran medida, nuestras críticas se vuelven peticiones incondicionales al poder. No vamos más allá y no podremos hacerlo hasta que el sistema político, de partidos y representación, sea revisado y radicalmente reformado.
Nada de esto se ha hecho porque no se ha planteado con claridad, rigor y amplitud a los organismos de la sociedad que nos dimos como vehículos por excelencia de la representación, la opinión o la queja ciudadana: los partidos.
Éstos no funcionan como se les imaginó con las varias reformas hechas al sistema político desde 1994, no obstante, de que entre sus obligaciones se contempla la tarea de promover la educación política, entre sus miembros y al conjunto ciudadano, mandato que antes de volverse práctica, pasó a retiro o a volverse rutina para unos cuantos, aun cuando siguen previstas en sus presupuestos anuales sumas destinadas para cumplir tal fin.
Sin rubor, la deliberación que debería de referirse, atender y entender, la cosa pública, se reduce al grito y el sombrerazo, el chiste o la mala ocurrencia; burdos intercambios, cálculos entre pequeños cenáculos nada o poco institucionales.
El silencio que impera en los órganos representativos del Estado, por ominoso que pueda ser, no es amenaza inmediata. Al frente de tanto secreto siempre habrá detentadores de algunas, pocas, “verdades”, denigrando en los hechos la representación nacional. El viejo y oxidado esquema de comunicación entre cúpulas y bases se reproduce sin rubor porque, después de todo, el pueblo está feliz, ¿o no?
Quedará para otro día la reconquista del Parlamento como escenario insustituible del intercambio, ejercicio y lucha por el poder que los clásicos nos describieron y la historia nos cuenta. Los negocios tendrán que volver a aprender aquellas viejas costumbres de compra y venta de protección y favores, hasta que esos y otros negociantes se den cuenta de que, en una sociedad tan grande y compleja, como es la mexicana, es imposible pretender hacer buen gobierno, de la economía y la política, sin grandes trazos, miradas amplias, palabras que convoquen a construcciones comunes.
Dicho en breve: si no se entiende la urgente, necesaria, construcción de un Estado social democrático, de derecho y derechos la transición se habrá consumado como la gran decepción.