Después de la furia, la tragedia impone sus dimensiones y criterios. Nadie está exento ni inmune. Los relatos de vidas, trabajos y viviendas destrozados van y vienen, así como empiezan a aparecer los primeros recuentos de vidas perdidas.
De enormes proporciones, el daño no deja espacio para la meditación tecnocrática, indispensable para arrancar el vasto y doloroso proyecto de una reconstrucción cuyo nombre y fecha de llegada aún están por abordarse, definirse, someterse a la crítica rigurosa que será indispensable cultivar y ejercer. Sin ella, a la tragedia puede seguir un largo desastre y una crisis social de enormes, impensables, proporciones.
De eso tenemos que hablar y acostumbrarnos a hacerlo de la mejor manera y sin arrebatos. Más allá de las acciones inmediatas e indispensables que los acontecimientos han impuesto sin consulta alguna, lo que urge es articular un proyecto en toda forma que defina una autoridad, de la que hoy se carece, y unos presupuestos que no pueden quedar en manos de unos cuantos expertos.
De ellos, de expertos y conocedores, nos hace falta y mucha; pero, sin un diseño político nacional que exprese y recoja una efectiva voluntad nacional de marchar juntos, no hay racionalidad capaz de ordenar las mil y una voluntades que tienen que encauzarse desde el fondo mismo de lo que hoy no parece tenerlo.
Pensábamos haber crecido un poco, en temas de coordinaciones institucionales, sociales, técnicas tras el derrumbe de expectativas, vidas y edificios de 1985, pero la energía desplegada por el ciclón Otis y sus efectos, de los que no tenemos todavía idea cabal, han resaltado nuestras orfandades en todas las materias. De esas dimensiones inextricablemente enlazadas tenemos que hablar y poner en una perspectiva de proyecto y programa, pasar a una visión de Estado. Una mirada capaz de trascender sus pequeñas paranoias y dar muestras y señales claras, inequívocas, de querer y poder estar al mando desplegando una voluntad racional, creíble y susceptible de ser compartida.
Sin un épico esfuerzo político dirigido a forjar una unidad nacional para encarar el desastre y sus secuelas, no habrá entendimiento alguno, tampoco resignación. La consternación y la tristeza pueden ser fuentes de encono corrosivo.
El peor de los escenarios que podemos imaginar tras el paso del viento.