Sonya Santos

El huevo en la historia

El huevo ha tenido un papel fundamental como alimento y elemento cultural a lo largo de los tiempos.

Los huevos de aves han sido alimento desde la prehistoria, los cuales obtenían de los nidos y se los comían crudos. No hay manera de saber quiénes fueron los primeros, lo que investigadores indican es que las aves probablemente fueron domesticadas en jaulas por sus huevos en el sudeste asiático y en la India, aproximadamente en 7500 a. C. Después los pollos fueron llevados a Sumeria y Egipto en el año 1500 a. C., y llegaron a Grecia alrededor del 800 a. C., donde la codorniz había sido la principal fuente de huevos.

A América embarcaron a bordo a las gallinas en el segundo viaje de Cristóbal Colon en 1493, y probablemente muchas de las que comemos hoy son descendientes de aquellas.

La evidencia culinaria confirma que los panes y pasteles con huevos fueron elaborados por los antiguos egipcios y romanos, ya eran utilizados desde entonces como agentes aglutinantes (espesantes). Al correr de los siglos, estos fueron adquiriendo un lugar predominante en la alimentación y se les fueron añadiendo diferentes ingredientes y maneras de prepararlos que sin duda alguna representan la cultura de cada región. En países como India le agregan curry, en Escandinavia salmón ahumado, en México con chile….

Además de ser un alimento de gran valor proteico, tiene grandes cantidades de vitaminas A, B6, B12, D y E y rico en ácido fólico; sin embargo, también tiene otras características; en diferentes culturas es una figura conceptual, un símbolo que representa el inicio de la vida y la fertilidad.

Específicamente para los cristianos, es la insignia de la Resurrección de Jesucristo y la esperanza de una nueva vida. Se cree que la alegoría surgió como consecuencia de la abstinencia de productos de origen animal que la Iglesia católica estipulaba durante la Cuaresma. Por eso, cuando terminaba, y para festejar, los fieles se reunían ante las iglesias y regalaban huevos decorados con colores y motivos festivos.

Esta tradición está arraigada en varias partes del mundo, desde los huevos que esconde la coneja (folclore que llega de Alemania) en los Estados Unidos, a la artesanía de los pysanka, típicos pintados de Ucrania. En Letonia utilizan flores y semillas, como arroz o lentejas para decorarlos.

La fiesta más importante del calendario de la iglesia ortodoxa rusa es la Pascua. Se celebra con el intercambio de huevos, por lo general decorados en rojo (la sangre de Cristo), costumbre de todas las iglesias ortodoxas.

Pero los huevos más famosos, los más caros y los que han dado muchísimo de que hablar son los de Fabergé, esos fabricados de oro y piedras preciosas, repletos de simbolismos en miniatura. Carl Fabergé fue uno de los orfebres más destacados del mundo. Nació en Rusia en 1846, la profesión y la joyería en San Petersburgo la heredó de su padre, Gustav Fabergé, un joyero alemán nativo de Livonia (actual Estonia) y de Charlotte Jungstedt, de origen danés.

El primer huevo imperial de Fabergé data de 1885, cuando el zar ruso Alejandro III se lo encargó para regalárselo en Pascua a su esposa, la zarina María Feodorovna.

Cada año a partir de entonces, durante tres décadas, el creativo joyero realizaba sus diseños junto con el trabajo de varios artesanos de diferentes oficios, como el de corte de diamantes, el de esmalte y pintura, entre muchos otros. Él fue el líder del grupo. Cuando el zar murió, su hijo, Nicolás II, mantuvo viva la tradición y comenzó a encargar dos huevos por año, uno para su madre, María, y otro para su esposa, Alexandra.

Los había de varios tamaños, desde tres pulgadas hasta más de cinco pulgadas de alto, y a menudo se pueden abrir para revelar una sorpresa.

De la afamada serie de 50 huevos de Pascua que fue creada para la familia imperial rusa, de 1885 hasta 1916, solo se han encontrado 43, los cuales siguen ocupando un lugar inigualable en la historia de las artes decorativas.

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