Sonya Santos

Del transporte de cacao a la llama olímpica: el Belem

El pasado miércoles 8 de mayo la ciudad portuaria de Marsella recibió con entusiasmo la llegada de la llama olímpica a suelo francés.

A través de la televisión vi un espectáculo marítimo que me impresionó, de esos que provocan el inhalar y sostener el aire por unos segundos con la boca abierta.

Fue el pasado miércoles 8 de mayo, cuando la ciudad portuaria de Marsella recibió con entusiasmo la llegada de la llama olímpica a suelo francés. La ceremonia, marcada por un desfile marítimo monumental encabezado por el legendario Belem, vio cómo la antorcha pasaba de mano en mano, simbolizando la unidad y la celebración deportiva que se avecinan.

El Belem, un majestuoso barco de tres mástiles con una historia que se remonta a más de 100 años, hizo su entrada triunfal surcando el mar, transportando consigo el fuego sagrado de los Juegos Olímpicos de París 2024. Esta llegada marca el inicio de un emocionante recorrido hacia la capital francesa, donde la llama iluminará el evento deportivo más esperado del año.

El nadador francés Florent Manaudou, campeón olímpico en natación, tuvo el honor de ser el primer portador de la llama. Con una historia de gloria olímpica, Manaudou encendió el primer pebetero en una emotiva ceremonia que reunió a más de 150 mil personas en el puerto.

El viaje del Belem, desde Grecia hasta Marsella, fue un trayecto lleno de historia y significado. Este magnífico barco, originalmente diseñado para transportar mercancías, ha navegado a través de los tiempos enfrentando desafíos. Ha sido testigo de diversos destinos y transformaciones, desde convertirse en un lujoso yate hasta un buque escuela en Italia, antes de regresar a su bandera francesa. Clasificado como monumento histórico en 1984, el Belem sigue siendo un símbolo de orgullo para los nanteses, recordando la importancia de la navegación a vela en la crónica marítima francesa.

La llegada del barco, construido a finales del siglo XIX, es un momento de celebración y nostalgia. En aquella época se navegaba a vapor, pero los grandes veleros eran muy buenos cuando se necesitaba ir rápido, claro, con los vientos a favor, y adecuados para trasladar determinadas mercancías como el cacao o el azúcar.

El 16 de junio de 1896, dentro de la historia de la navegación, el astillero Dubigeon de Chantenay-sur-Loire en Nantes dio a luz, tras seis meticulosos meses de construcción, a una majestuosa embarcación de tres mástiles. Con una longitud impresionante de 50.96 metros y un casco completamente forjado en acero, este barco encarnaba la excelencia en la ingeniería naval de su tiempo. Su destino estaba impregnado de aventura desde su mismo nacimiento.

Fue Fernand Crouan,el orgulloso propietario, y desde la sede de sus oficinas en la rue de l’Héronnière de Nantes, dirigía operaciones comerciales, focalizado principalmente en el transporte de cacao desde Pará, Brasil, y azúcar procedente de las islas del Caribe, un servicio para la reconocida fábrica de chocolate Menier. La historia de esta empresa se remonta al siglo XIX, cuando los Crouan, una familia de cuatro hermanos, cuyos ancestros emigraron de Irlanda y se asentaron en Bretaña en el siglo XVIII, tomaron la iniciativa. El mayor de ellos, Étienne-Prudent, estableció la compañía en Belém en 1817, reconociendo la oportunidad de satisfacer la creciente demanda de cacao, un ingrediente esencial para la industria chocolatera que ganaba popularidad en Europa.

Pasaron los años y el barco, después de sobrevivir a la erupción del monte Pelée en Martinica, en 1902, presenció el declive de su carrera comercial antes de la Primera Guerra Mundial, siendo reemplazado por navíos propulsados por vapor. En 1914 fue adquirido por el duque de Westminster, y se transformó en un lujoso yate equipado con motores. Cambió varias veces de propietarios y nombres, regresando a la bandera francesa en 1979.

Mientras la llama brillaba en la cubierta del Belem, iluminando el camino hacia el futuro, también ardía el legado de aquellos que vinieron antes que nosotros, quienes forjaron vínculos a través del comercio y la navegación, impregnado el ambiente de un tesoro que América le dio al mundo: el cacao

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