En la historia de México, hay figuras que, a pesar de las circunstancias en su contra, lograron dejar una huella indeleble en el camino hacia la libertad. Una de esas figuras es doña Josefa Ortiz de Domínguez, conocida como ‘La Corregidora’, cuyo papel fue crucial en el inicio de la Guerra de Independencia.
El 8 de septiembre de 1768, en la ciudad de Valladolid, hoy Morelia, nació María de la Natividad Josefa Ortiz Girón. Huérfana desde muy joven, fue criada por su hermana mayor en la capital del virreinato, donde recibió educación en el Colegio de San Ignacio, al que en la actualidad llamamos Vizcaínas. Una institución de la era colonial que ha operado de manera continua en México. Originalmente se estableció para la educación de niñas huérfanas y viudas.
Su destino dio un giro cuando se unió en matrimonio con Miguel Domínguez, un influyente abogado y funcionario del gobierno colonial, quien sería nombrado corregidor de Querétaro en 1802. Juntos, formaron una pareja que combinó el intelecto y el carácter decidido de Josefa con la prominencia social de su esposo, uniendo fuerzas en la que sería una de las conspiraciones más importantes para la independencia de la Nueva España.
A mediados de 1810, en un México dominado por el Imperio español, las semillas de la conspiración independentista comenzaron a germinar en Querétaro. En la creciente inquietud por la situación política en la Nueva España, los criollos comenzaron a organizar tertulias donde se discutían las ideas revolucionarias de pensadores franceses como Rousseau y Diderot. Uno de los lugares más emblemáticos para estas reuniones fue, además de la casa del sacerdote José María Sánchez, la del corregidor y su esposa. Entre los asistentes se encontraban figuras clave del movimiento independentista, el cura Miguel Hidalgo y Costilla, e importantes oficiales del ejército, como Ignacio Allende y Juan Aldama. Para evitar levantar sospechas entre las autoridades, se decía que en estas veladas solo se leían poemas, se comentaban obras literarias y se disfrutaba de chocolate, pero seguramente doña Josefa, que al parecer tenía habilidad en la cocina, les debió haber ofreció algo para comer.
Existe un recetario de cocina atribuido a doña Josefa Ortiz de Domínguez, un valioso compendio de hojas envejecidas, encuadernado en terciopelo rojo, que tuve el privilegio no solo de ver, sino de sostener en mis manos. Este tesoro culinario ha sido cuidadosamente preservado por las mujeres descendientes del matrimonio Domínguez, pasando de generación en generación. A lo largo del tiempo, al menos cuatro manos diferentes han dejado su huella en el recetario, agregando nuevas recetas y manteniendo viva la tradición familiar.
Actualmente, es la familia Ricalde Alarcón la encargada de custodiar este importante documento, con la intención de publicarlo en un futuro bajo el título Las recetas que nos dieron patria. Durante una breve, pero minuciosa revisión, encontré recetas intrigantes, las cuales cito a la letra, como “col reyena”, “truchas rellenas”, “ante de camotitos”, “ate de gigote o nata”, “torrejas de piñón”, “sangre de conejo”, “budín de almendras” y “sopa de adobo de biernes”, entre muchas otras delicias que conforman las páginas del grueso libro encuadernado y cosido a mano.
Doña Josefa, lejos de mantenerse al margen, decidió involucrarse activamente en la lucha por la independencia, motivada por un profundo amor a la patria y un sentido inquebrantable de justicia.
No solo ofreció su hogar como lugar de reunión para los conspiradores, sino que se convirtió en un enlace vital entre los líderes del movimiento. A través del capitán Ignacio Allende, quien estaba comprometido con una de sus hijas, se enteró de los planes de insurrección y, sin dudarlo, se dedicó a apoyar la causa.
El 9 de septiembre de 1810, en casa de Josefa Ortiz de Domínguez, se realizó una junta clave entre figuras como Mariano Michelena y José María Obeso, aprovechando la invasión napoleónica en España, para planear la independencia de la Nueva España bajo el pretexto de lealtad a Fernando VII. La rebelión estaba programada para el 24 de diciembre, pero fue descubierta el 14 de septiembre. A pesar de ser apresada, Josefa logró alertar a los insurgentes, permitiendo que Miguel Hidalgo se adelantara y diera el Grito de Dolores el 16 de septiembre.
Así, gracias al valor y la astucia de doña Josefa, los planes de independencia no se extinguieron en las mazmorras del virreinato. Su legado, marcado por su entrega y sacrificio, sigue siendo un símbolo de la lucha por la libertad en México, recordándonos que la independencia no fue obra de un solo hombre, sino el resultado del esfuerzo colectivo de muchos, entre los cuales, ‘La Corregidora’ ocupa un lugar de honor, y seguramente su recetario lo hará también. Al final, algún día sus descendientes publicarán el testimonio de una mujer aficionada a los fogones dejando una huella imborrable en ambas esferas: la de la tradición gastronómica y la de la libertad nacional.