Sonya Santos

Lo que va a salvar a la comida tradicional de la globalización

Lo que va a salvar a la comida tradicional de la globalización es el sentido de pertenencia y la resistencia cultural, escribe Sonya Santos.

Alguna vez conocí a un auténtico griego que vivía en New Jersey. Su acento lo delataba, su forma de comer lo confirmaba y su pasión por la cultura helénica lo evidenciaba. Con frecuencia hablaba de sus estancias en un departamento que tenía en Atenas, sin embargo, había nacido en Egipto. Aun así, no había duda: el hombre se consideraba 100 por ciento griego.

Con el tiempo, forjamos una bonita amistad, y un día, intrigada por su historia, le pregunté:

—¿Y tus papás, ¿dónde nacieron?

—En Egipto —respondió con naturalidad.

—¿Y tus abuelos?

—También en Egipto.

¿Neta? ¿Cómo podía considerarse griego si su familia llevaba generaciones naciendo en otro país?

Casos como el suyo son más comunes de lo que pensamos. Basta mirar la historia de México, donde miles de familias llegaron como migrantes y han mantenido vivos sus orígenes, resguardando sus costumbres, lenguas y, sobre todo, sus sabores. Los descendientes de refugiados españoles, por ejemplo, a veces conservan hasta la forma de hablar las terceras generaciones, “seseando”, como si vivieran en la península.

Los estadounidenses, por otro lado, que no logran dominan el español, llegan a nuestro país cargando sus rutinas, incluyendo el hacer “cookies” (galletas) todos los días. Y los libaneses, cuyos hábitos culinarios siguen presentes en la vida diaria de muchas comunidades.

Lo fascinante de estos casos es que, a pesar de las distancias y las transformaciones, las sociedades migrantes han logrado conservar una parte vital de sus raíces. Y eso es precisamente lo que va a salvar a la comida tradicional de la globalización: el sentido de pertenencia y la resistencia cultural que se encuentra en cada receta, en cada ingrediente, en cada plato.

La globalización ha traído consigo una gran homogeneización de las tradiciones, haciendo que las grandes cadenas de comida rápida y los productos industrializados ganen terreno en cada rincón del planeta. Pero, este mismo fenómeno ha logrado un efecto curioso: ha revalorizado lo local. Mientras los sabores se expanden, crece también el deseo por regresar a lo autóctono. Las personas, incluso en las grandes urbes, buscan conectarse con sus raíces a través de lo que comen.

Es en este contexto donde la gastronomía juega un papel crucial. La comida es, y siempre será, un puente entre generaciones, una manera de transmitir historias, de mantener viva la memoria colectiva de un pueblo. Cada plato tiene una narrativa, un origen, una perspectiva social y económica que lo hace único. Y es justamente esa singularidad la que, a pesar de la globalización, sigue atrayendo a quienes buscan más que una comida rápida y barata; buscan una experiencia, una conexión con algo más profundo.

Mantener vivas las recetas ancestrales es un acto de resistencia, mediante el cual las familias inmigrantes preservan su identidad y tradiciones pese a los cambios del entorno. La comida mexicana, como los tacos, tamales o mole, no solo es alimento, sino también una narración de la historia de México, reflejando su lucha, mestizaje y resiliencia.

Y no se trata solo de mantener recetas antiguas. La cocina también se adapta, evoluciona, pero siempre con su esencia. La fusión de ingredientes y técnicas es una parte natural de su desarrollo, pero lo que realmente sostiene a la comida tradicional es la pasión por lo auténtico, por lo que conecta con las raíces culturales.

La gastronomía es un pilar de identidad que permite a las comunidades migrantes salvaguardar sus tradiciones y diversidad en un mundo globalizado. A pesar de las presiones homogeneizadoras, al defender sus recetas y prácticas culinarias, conservan su forma de vida, fortaleciendo los lazos entre generaciones y asegurando la continuidad de sus creencias y valores.

Entonces, ¿por qué es tan importante preservar la identidad cultural en medio de los cambios globales? Porque, en un mundo donde las fronteras se difuminan, la comida, como ninguna otra expresión, sigue siendo un ancla, un recordatorio de quienes somos, de dónde venimos y de lo que representamos. En la lucha por mantener vivas nuestras tradiciones en la mesa, también estamos protegiendo lo que nos hace únicos, lo que da sentido a nuestras comunidades y lo que mantiene vivo nuestro legado. La gastronomía, más que un conjunto de sabores, es una historia contada a través de los sentidos, y preservarla es lo que nos hace humanos.

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